Has pensado....
: : : ―Deberías ver los ojos de Axel ―contesté dándole la espalda mientras caminaba hacia la ventana que (no fue ninguna sorpresa) estaba cubierta por tablas.
«Incluso tú llorarías al ver esos ojos.» : : :
lunes, 29 de noviembre de 2010
Reflexion
Porque amar, y ser amado, representa mas que mariposas en el estómago o una exquisita erección, amar... Significa perdonar con un beso del corazón, las ofensas hechas por la razón.
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domingo, 28 de noviembre de 2010
Armand el Vampiro
“Las caricias de sus dedos sobre mis heridas me deleitaban sin medida, tanto que ni siquiera me atreví a levantar la cabeza. Apreté mi mejilla contra la colcha bordada, contra la gran imagen del león cosida a ella, aguanté la respiración y dejé que las lágrimas brotaran de mis ojos. Sentí una profunda calma, un placer que me robaba el control de mis extremidades.
Cerré los ojos y sentí sus labios sobre mi pierna. Cuando me besó… me sentí morir.
[…]Mi miembro se endureció bajo sus dedos, debido a la infusión de su sangre ardiente, pero ante todo al vigor de mi juventud que se rendía a sus caprichos y confundía el placer con el dolor.
Él permaneció tendido sobre mi espalda, sosteniendo con fuerza mi pene, hasta que por fin me corrí entre sus resbaladizos dedos en unos violentos y sublimes espasmos de placer.”
Anne Rice.
jueves, 18 de noviembre de 2010
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Eros
lunes, 15 de noviembre de 2010
En la Cama
Estoy ahora bajo una corriente de inspiración que hacía tiempo no experimentaba.
Bajo esta perspectiva publiqué “Sentimientos de Fotografía” (en sus 5 partes para que la lectura no sea tan cansada); además de un pequeño abstracto de la próxima historia que comenzaré para conmemorar el primer aniversario del blogg.
Así que, sin deseos de frenar este movimiento inspirador, les presento a continuación una serie de fotografías como una pequeña exposición (y reconocimiento) a ese cómodo lugar al que todos ―solos o acompañados― llegamos al final del día: la cama.
La historia continúa...
Para el primer aniversario de este espacio, una nueva historia de fantasía, de amor y dudas, llegará a los ojos de los lectores.
Yagtiah nos mostrará ahora, a través de los confundidos ojos de aquel lobo que viene de tierras heladas y que llega a una manada que está dispuesta a abrirle las puertas de su corazón; de lo que es capaz una persona de hacer, cuando lo más valioso es puesto en peligro.
Sólo que el pequeño cachorro busca algo más que un lugar en donde correr y transformarse libremente, busca a alguien a quien amar.
¿Podrías, incluso, amar a alguien hasta morir?
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Caminé grandes distancias acompañado solamente por el eco de mis pasos y aquella maldita oscuridad que parecía no tener fin.
Había lugares en los que la luz de la luna era mi única compañía, y en esos momentos era cuando me invadía un abrumador sentimiento de soledad. Todo por desear estar con la persona que amo, tenerlo a mi lado todas las noches, pero viéndome obligado a callar para no traicionar la confianza que aquellos dos chicos pusieron en mí.
No puedo, es terrible pensar siquiera en eso. Aunque me gusta este juego, debo admitir, es divertido a fin de cuentas pensar en las caricias y en los besos que jamás tendré, pero que en dentro de mi mente me hacen sentir el más fino placer.
Precisamente por esa razón no podía transformarme.
Maldita sea, pensé aquella noche mientras me recargaba en una de las altas bardas de piedra de la vieja iglesia. No podía estar en contacto con mi lobo, ni distraerme con el animal, porque terminarían descubriendo mis terribles y oscuros secretos.
Mis dos protectores. Mi Alfa y su Guardián, ambos quedarían devastados si llegaran a saber la terrible verdad, y yo… terminaría completamente solo.
Sentimientos de Fotografía V
Alieu sintió una constante corriente de aire entrar en su habitación y eventualmente perdió el plácido sueño que estaba teniendo. Se levantó de su cama, buscando con los ojos todavía medio cerrados su ropa interior y algo más cálido que ponerse. Cuando se incorporó de la cama quiso contemplar el cuerpo desnudo de Nicolás, mientras dormía profundamente en la cama a su lado. Quería deleitarse nuevamente con los suaves movimientos del pecho del muchacho, con los tibios pezones que completaban su anatomía de una forma deliciosa.
Quería perderse en el rostro del sueño mientras que con sus dedos escribía palabras de pasión y amor sobre la hoja en blanco que representaba su piel.
¿Era tanto pedir que el chico de sus sueños siguiera todavía a su lado después de haber hecho el amor?
Nicolás no estaba ahí.
―¿Nicolás? ―preguntó Alieu montones de veces después de esa noche pero en ninguna ocasión escuchó una respuesta. Nadie, jamás, atendió a su llamado.
¿Qué había pasado? Alieu decidió hacer un voluntario encarcelamiento en su casa por días y noches, siempre preguntándose qué había pasado, qué había salido mal.
¿Por qué no se quedó? ¿Cuándo se fue? No podía entender nada de lo que había sucedido y mientras más pensaba en ello más dolor sentía justo a la mitad de su pecho.
―El arte es simple y sencilla. Para apreciarla debemos estar todos desnudos ¿cierto?
―Completamente desnudos.
―Entonces obsérvame, con tus ojos de artista, y dime si lo que tienes frente a ti es en verdad arte.
―Lo que tengo frente a mí es arte en su máxima expresión. Es arte que abruma la pluma del escritor que la contempla.
«Lo que tengo frente a mis ojos no es un artilugio o una invención del hombre, es arte y lo que hago con el arte es lo que me convierte en artista.
―¿Qué es lo que haces con el arte? ―preguntó Nicolás mientras se recostaba sobre Alieu abriendo lentamente las piernas del chico que estaba debajo de él.
Nicolás se acomodó y tomó el cuerpo de su amante, con una mano su cintura y con la otra acariciaba la cadena que pendía de su cuello.
Alieu estaba sentado en la sala de estar de su departamento, acariciando la pequeña placa que traía colgando del cuello, de la misma manera en que lo había hecho Nicolás hacía ya algunos días. Cuando, por deseo de la vida, desesperación o algún otro motivo; vio hacia el suelo de la sala y un pedazo de papel color blanco llamó su atención.
“… no puedo ser parte del arte ―rezaba el texto en aquel pedazo de hoja que se encontró perdido debajo de sus pies―, ni de tu arte ni de la de él. El arte es para artistas, y yo no soy uno, tal vez por eso no pueda comprender lo que sucedió entre nosotros y no pueda olvidar lo que pasó después.”
―“¿No pueda olvidar lo que pasó después?” ―repitió Alieu con un tono de extrañeza.
¿A qué se refería? ¿Qué había pasado? ¿Qué sucedió después?
La mente de Alieu se llenó aún más de dudas, muchas más de las que ya tenía. No comprendía a qué se refería Nicolás; “¿Ni de tu arte ni de la de él? ¿Qué sucedió después?”
Ese día Alieu estuvo tratando de descifrar las misteriosas palabras de su lejano amante pero nada tenía sentido. Hasta que, entrada la noche, quizás por curiosidad o intuición o tal vez por la misma desesperación de no saber qué sucedía; entró a la habitación de su hermano.
El decir que le sorprendió todo lo que encontró ahí dentro en este momento, verdaderamente sale sobrando.
En el lugar de trabajo de su hermano, donde generalmente estaba su computadora portátil, estaba solo su cámara digital negra y en el suelo pudo divisar aquella pequeña caja con una etiqueta que mostraba el título de su próxima exhibición: “Mundo de Sueños”.
En ese momento fue cuando la verdadera curiosidad lo llevó a mirar dentro de la caja.
Las fotografías eran claras y no mentían. Los cuerpos desnudos de Alieu y Nicolás aparecían abrazados el uno al otro, durmiendo tranquila y despreocupadamente. El cuerpo de Nicolás, en particular, era uno que fácilmente despertaba unos sentimientos tan bajos e inquietantes. Era un cuerpo que te hacía soñar: su pecho, sus brazos, su rostro y cuello. Todo él era perfección.
El cuerpo de Alieu, por otro lado, tenía la fuerza que representaba cuando estaba despierto. La misma convicción de hacer lo que quería (y con quien quería) a pesar de las oposiciones de las personas. Estaba feliz de haber permitido entrar en él a Nicolás y todo esto se veía reflejado en las esas fotografías.
Sin embargo, mucho más allá de contemplar la belleza de la pareja (una belleza obvia), Alieu dejó que la ira llenara sus ojos y sus sentidos.
Hazlo. Lo quieres hacer, no lo retengas más.
Que fortuna y tino de esa pequeña voz en nuestro interior, de hablar cuando más se le necesita.
Alieu tomó la caja y vació todas las fotografías sobre la cama, tomó una de ellas y la guardó para él mismo, comenzó a romper todas y cada una de las escenas de una inconsciente aventura, sintiendo la invasión y la traición del acto vil que su hermano había realizado.
Gracias al estúpido sueño de alcanzar la gloria a través del arte, su hermano había hecho que perdiera a la única persona que había contemplado como algo más que un simple encuentro de una noche.
Tomó un pedazo de papel, esperando que su hermanote pudiera destrozarla como aquella nota que dejó Nicolás y de la cual nunca tuvo conocimiento alguno, una pluma y con lágrimas en los ojos comenzó a escribir.
“Tienes tu mundo de sueños, pero no me permites vivir los míos. Tu sombra ha llegado hasta mi corazón y es el único lugar que juré, no te permitiría entrar.
Quédate con tu mundo de sueños, destrozados y hechos cenizas, igual que los míos.
Quédate en ese mundo donde todo sea a blanco y negro como las fotografías que tanto amas tomar. No puedo esperar algo más… todo me ha quedado claro.
Y si lo que tengo, te interesa tanto que no soportas verme sonreír, aunque sea en los brazos de una persona, quédate con ese mundo de sueños.”
Alieu llegó al estudio donde sabía que estaba su hermano.
―Me alegra servirte por fin de inspiración ―dijo mientras entraba silenciosamente al estudio.
―¿Qué haces aquí? ―preguntó el hermano
―He venido a decirte que me voy. No deseo volver a verte.
―Otro de tus caprichos infantiles ¿cierto?
―No… más bien es la defensa de mis sentimientos.
«No puedes plasmar los sentimientos en una fotografía sabes. Es imposible. No importa cuántas fotos tomes de una pareja en la intimidad de la cama… ―Alieu aventó la caja negra al piso para que su hermano pudiera verla―, nunca podrás encerrar los sentimientos en una fotografía.
Sentimientos de Fotografía IV
La noche avanzó y los tragos se fueron acumulando en el cuerpo de todos los invitados, quienes luchaban por mantenerse a flote con sus modales y esas falsas sonrisas de felicitación que dirigían al hermano de Alieu.
―Hipocresía.
La respuesta sorprendió a Nicolás.
Había preguntado cómo definiría el trabajo de su hermano, y de todos aquellos que se encontraban en ese lugar. Naturalmente pidió que se explicara.
«Siempre son los mismos cumplidos, falsas felicitaciones de personas que ni siquiera entienden lo que es el arte. De aquellos que pretenden ver algo que no está ahí. Que intentan adentrarse en la mente del artista para intentar comprenderlo y ponerse en un alto nivel de entendimiento, cuando ni siquiera saben distinguir lo que tienen frente a ellos.
«Me parece que es una pérdida de tiempo, y esfuerzo, armar toda esta farsa. Eventualmente todos ven lo que quieren, y ante un rostro… solo ven eso. Nada más. La visión de mi hermano, por muy elevada y profunda que sea, termina siendo solo una perspectiva más. Nos encontramos con la cruda presencia de la hipocresía, la falsa creencia de que por vestir elegante y tomar vino caro en un evento artístico tendremos una mejor presencia y una cultura más elevada.
―¿Incluso yo? ―preguntó Nicolás.
―Todos los que estamos aquí. No me digas que en verdad puedes absorber la complicada y torcida visión que mi hermano plasma en sus fotografías.
―¿Puedes absorberla tú?
―No. Nunca he podido. No entiendo la fotografía. Son sólo imágenes.
«Aunque debo reconocer que una imagen me ha servido para despertar una profunda inspiración que a fin de cuentas se ve traducida en un mar palabras, unidas por la coherencia de la redacción.
«La escritura, el verdadero arte. Me parece que no hay más que se le acerque a la perfección, que la propia escritura.
―Me parece de más todo esto. Y dado que opinas tajantemente, no me detengo al decir que estás equivocado.
Los ojos de Alieu se fijaron en los de Nicolás y espero a que éste continuara hablando.
«Pero me agrada la pasión con la que defiendes tu postura, a pesar de que resulte equívoca a los oídos de los demás. ¿Cómo consideras que es una ocasión digna para mostrar el arte?
―El arte es sencilla. Simple. Sin complicaciones ni rebuscos, por lo tanto una exposición de arte debe ser igual. La fiesta es para el artista, no para su arte y la protagonista es el arte precisamente.
«Sin embargo, no me creas enemigo de todos estos protocolos y momentos de categoría, al contrario. Solamente digo que para poder apreciar el arte debemos estar todos… desnudos.
El rostro de Nicolás se enmarcó con una perfecta sonrisa cuando escuchó esta analogía, pero entendió perfectamente el significado de la oración.
―Desnudos. Una verdadera aproximación al arte ¿cierto? Un cuerpo sin títulos, una persona sin posiciones, pero ¿a caso el arte no tiene títulos? ¿A caso no tiene posiciones?
―Claro que las tiene, pero como arte, tiene el privilegio de poseer títulos y posiciones. Nosotros no. A fin de cuentas sólo somos humanos.
Mientras la plática del arte que viajaba por todos lados en la mente de los chicos se esparcía, el espacio entre ellos se cerró paulatinamente hasta que quedaron a unos escasos centímetros de distancia el uno del otro. La respiración de Nicolás chocaba contra el oído de Alieu, mientras el aroma de éste envolvía seductoramente los sentidos de aquél.
Entonces, el momento mágico de toda historia llegó hasta donde estaban los dos chicos: sus miradas se encontraron y ambos sonrieron de una manera sencilla y poderosa. Como el arte.
La fiesta continuaba en el quinto piso del edificio recubierto de ladrillos, y desde la desierta calle se podía observar la luz que salía de las ventanas para apuñalar la oscuridad de la noche. Nicolás y Alieu caminaron juntos por las empedradas banquetas hasta que uno de ellos decidió tomar la mano del otro. Siguieron así hasta que se encontraron con un edificio moderno de departamentos, dentro del cual estaba la puerta marcada con el número 405: el departamento de Alieu y su hermano.
―”Una espina fresca en la ya cansada y vieja piel de nuestra ciudad”.
Nicolás recitó estas palabras mientras observaba hacia arriba para poder contemplar todos los pisos del edificio.
―Nunca entendí el comentario de tu padre cuando se refirió a este edificio. ¿Fue un halago o una crítica?
―No lo sé francamente, tendré que preguntárselo e informarte al respecto.
―¿Entramos? ―la pregunta se escuchó terriblemente seductora e imposible de resistir.
Dentro del departamento, el viento helado de aquella noche ya no era un problema. Fue sustituido por un estado de tranquilidad y una temperatura sumamente agradable. Sobre la barra de la cocina tres focos iluminaban la soledad del lugar, y otra lámpara en el área de estar, justo al lado de una enorme ventana cubierta por una gruesa cortina color perla, dormía de pie mientras mandaba un tenue color amarillo a los rincones de aquél hogar elevado.
―Me doy cuenta que a tu hermano le encanta el blanco y negro.
―Supongo que intenta llevar su visón a lugares que son completamente inadecuados. Pero no te preocupes, podemos apagar las luces.
Habiendo dicho esto, y antes de que Alieu pudiera dirigirse a los interruptores, Nicolás extendió su mano y apagó los pequeños e incandescentes focos que estaban sobre la barra marmoleada de la cocina. Alieu se sorprendió por aquella iniciativa pero comprendió que su invitación había sido bien recibida y apagó él la lámpara de la sala, antes de abrir las cortinas.
Una hermosa vista del lado norte de la ciudad se extendió ante ellos y una gran mancha negra, que reflejaba algunas líneas de luz en su contorno, llamó la atención de los dos muchachos.
―La bahía siempre me ha parecido un lugar sumamente místico. Cuando era niño pensaba que de ahí dentro, desde el fondo, salían todas las criaturas de la noche. Además, las sombras de los grandes buques me transmitían un miedo insoportable.
―Cuando estás solo pueden suceder cosas terribles ―dijo Nicolás colocándose detrás de Alieu quien estaba apoyado contra la ventana―, pero sólo necesitas un poco de compañía para hacer que todo desaparezca.
El chico abrazó a su anfitrión por la espalda y comenzó a susurrarle directamente al oído. Todo eso fue suficiente para hacer que Alieu se estremeciera y volteara a ver a su compañero.
En sus ojos se reflejaban las pequeñas luces de la ciudad, eran oscuros como las aguas de la bahía en la noche, y sin embargo se aventuró a sumergirse en ellos con gran felicidad.
Las manos de Nicolás acariciaron el rostro de Alieu. Sintieron sus labios carnosos y bajaron por su cuello, atesorando cada centímetro de piel que estaba a su paso mientras aguardaban con ansias el momento indicado para despojarlo de todas sus ropas. Bajaron un poco más y encontraron la abertura del cuello que formaba el suéter negro que traía Alieu. Fue algo que llamó la atención de Nicolás desde que vio a Alieu en la fiesta: ese pequeño dejo de piel que se mostraba maravilloso y seductor.
Su pecho estaba expuesto y de su cuello colgaba una cadena con una pequeña placa.
Sentimientos de Fotografía III
Mientras Alieu se encaminaba a la mesa de los vinos, a través de las puertas de cristal vio llegar a alguien que llamó poderosamente su atención. Una visión. Una ilusión.
Un chico que se veía por demás apuesto en ese traje plata y con la camisa blanca.
―Aquí estas ―dijo Laura cuando se encontró nuevamente con él― te estaba buscando.
La chica intentó relatar su encuentro con aquél joven, mayor que ella y con una forma de pensar bastante parecida a la suya, con una barba sumamente sensual y una voz que le derritió hasta el alma.
«¿Me estás escuchando? ―preguntó ella― Alieu, te estoy hablando.
―Sí, te escucho ―contestó el muchacho mientras sostenía la mirada en aquél joven que se movía discretamente entre todos los invitados―. ¿Quién es él?
El rostro de la muchacha reflejó resignación y entonces decidió escuchar ella a su amigo.
Alieu veía fijamente al hijo de un distinguido periodista y novelista de aquella ciudad y él ni siquiera lo sabía.
―No tenía idea. ¿Estás segura?
―Claro que estoy segura. En una ocasión fui a la casa de su padre, a entrevistarme con él, y fue precisamente él quien me abrió la puerta. Es guapo el muchacho.
―¿Guapo? Es… hermoso. Podría, podría escribir montones de historias de él. Y no puedo creer que sea hijo de--
«Dios, la verdadera maravilla de la vida humana, la asombrosa propuesta de algo más cercano a la perfección no se aprecia completamente en un retrato como afirma mi hermano; sino a través de la vista que se asombra con la belleza y la fuerza cuando las tiene de frente.
«La perfección podrá no existir, pero… juro que él es lo más cercano a ella.
El rostro de la chica a su lado ―de haberlo observado― denotó extrañeza y una expresión que afirmaba que su amigo en verdad estaba loco. Todos los de esa familia estaban locos.
Evidentemente el muchacho tenía su atractivo, además de que muchos se ven bien cuando usan ropa elegante, pero ella recordaba haberlo visto en un pantalón de mezclilla, con una playera ajustada (ya que indudablemente parecía tener buen cuerpo) y con el cabello hecho un completo desorden. En ese chico había algo que llamaba vagamente la atención de las personas, pero no se atrevería a describirlo con las palabras que utilizó su amigo: ¿Hermoso? ¿Perfecto?
―¿Cómo se llama? ¿Lo sabes?
―Me parece, pero no estoy segura, que se llama Nicolás.
―Nombre de la realeza. Estupendo. ―Alieu tenía una obsesión con los nombres de las personas, estaba loco por ellos, probablemente se debía a su condición de escritor.
«Una maravilla que esté aquí, y una fantástica coincidencia que tú estés aquí. Vamos, tienes que presentarme, trata algo acerca de la entrevista con su padre y preséntame con él.
La chica dio un profundo suspiro, lo tomó del brazo y lo jaló hacia donde estaba el objeto de visión del muchacho.
―Eres increíble.
―Lo sé ―contestó él.
Después de que la chica presentó a los dos jóvenes, Alieu tomó las riendas de la conversación procurando no llegar a molestar, fastidiar o empalagar a su nuevo conocido.
Mantuvo una conversación casual y tranquila, Hacía esporádicas referencias al evento en el que se encontraban, pero sin ahondar mucho en ese tema. Suficiente tenía con que su amiga lo hubiera presentado como “el hermano del artista”, ya que para Alieu la frase solamente era “el hermano de…”, “el hijo de…”, “el amigo de…”.
Nicolás parecía agradable. Afortunadamente no sólo era una cara bonita y un cuerpo que prometía ser mejor, no sólo podía imaginarse un sinfín de historias y novelas que escribir a cerca de él, sino que podía mantener una conversación verdaderamente amena y Alieu se preguntó acerca de esto. Sentía una gran atracción hacia el muchacho, pero no podía afirmar lo mismo de él hacia su persona.
¿Sería tan ameno con todos? Ésa simple pregunta le repugnó hasta lo más profundo de su corazón. No soportaba la idea de que fuera una persona sumamente amable con todos los demás y mucho menos que lo tratara a él como a todos los demás.
¿A caso sería así porque… cabía la posibilidad de que compartieran los mismos intereses? ¿Aquellos anhelos mutuos y ardientes deseos que pueden compartir solo dos personas, dos iguales?
Fuera cual fuere la respuesta, pretendía averiguarlo.
Sentimientos de Fotografía II
Alieu, el hermano del fotógrafo, de 25 años estaba en aquél frío salón acompañado de la chica que había estado a su lado durante diez largos años. Los dos jóvenes conversaban, en ocasiones a cerca del estupendo trabajo de su hermano ―cosa que Alieu ya comenzaba a detestar― y de otros tantos temas. Él sostenía un vaso de cristal con whisky y hielo, mientras que ella sostenía una larga copa con champagne.
Mientras el seco de su hermano (vestido con solo un traje negro, una camisa también negra y una corbata roja) se entretenía recibiendo a sus invitados, Alieu y su mejor amiga, conversaban alegremente sobre lo que debió haberse puesto para tal ocasión.
―¿Qué hubieras usado tu? ―preguntó la bella chica que estaba a su lado, mientras lo veía de arriba abajo, esperando una típica respuesta de su extrovertido y peculiar amigo.
―Sabes que vi hace unas semanas una larga gabardina negra, de tela brillosa, pero con el cuello en V, con dos botones en la cintura. Debajo, tal vez utilizaría algún suéter blanco, ¿como el que tengo de cuello largo? ―Alieu guardó silencio unos cuantos segundos como para poder confirmar que ése sería el atuendo que utilizara si fuera un artista obsesionado como su hermano.― Algo así me pondría.
Claro, una respuesta fuera de lo normal, un atuendo fuera de lo normal para su amigo quien estaba sumamente lejos de ser, precisamente, normal.
“A fin de cuentas, ¿qué es normal?” Preguntaba siempre Alieu.
La normalidad o anormalidad de una situación, de una persona, o de una conducta siempre termina siendo un tema por demás subjetivo que atiende sólo a la perspectiva de quien emite el juicio (o prejuicio en este caso). Pero ese es tema digno de otra plática y definitivamente habrá algún otro momento en que se pueda presentar una discusión amena sobre esto.
―Claro, ese deseo tuyo de resaltar ¿verdad?
―Sería mí evento ¿no? Claro que debo de resaltar, al igual que tu trabajo. Solamente estoy opinando que, a mi muy humilde parecer, el salón y la exposición resaltan más que mi pobre hermano.
―Alieu… ―la chica lo tomó del brazo y terminó su último sorbo de burbujas― nada en ti es humilde ―y se retiró hacia la mesa de vinos, mientras saludaba a algunas cuantas personas conocidas en el trayecto.
Alieu permaneció solo por unos cuantos minutos. Su amiga se entretuvo con un atractivo chico de saco negro y camisa roja.
“Hasta él brilla más que tú hermanote”.
Al percatarse qué es lo que retenía tan fuertemente a su amiga y le impedía regresar a su lado, Alieu decidió darle unos cuantos minutos más antes de ir a interrumpirla. Probablemente sería un buen tipo y vaya que Laura necesitaba un buen tipo, así que lo dejó de lado.
Aunque ya había visto las fotografías montones de veces, cientos de veces desde que su hermano las tomó, durante el proceso de impresión, en el proceso de corrección y todos los otros procesos con los cuales poco a poco se fue familiarizando e incluso había acompañado a su hermano en algunas de sus locas ―y aburridas― sesiones de fotografía; a pesar de conocer cada una de ellas, decidió dar el “obligado” recorrido por toda la galería para poder intercambiar los “obligados” comentarios de la grandeza y majestuosidad del ojo de su hermano.
―¿Qué opina de toda la exposición? ―le inquirió un hombre mayor mientras se colocaba enseguida de él con un vino tinto en la mano.
―Grandiosa y majestuosa ―contestó Alieu con un tono que casi podía pasar por sincero.
“Es solo fotografía, ¿qué tiene de extraordinario? Es solo apretar el botón ante algo que te gusta. Punto”, pensó el chico.
El molesto señor no se despegó del joven y comenzaron a contemplar las fotografías haciéndose compañía, involuntariamente, el uno al otro. Justo lo que le faltaba.
Pero entonces encontró la perfecta manera de deshacerse de él. El área de desnudos, claro.
―Ah ―dijo Alieu jugando con los hielos de su segundo whisky― por fin algo que verdaderamente enriquece a la vista.
Su compañero no comprendió exactamente a qué se refería pero cuando enfocó bien su vista (quiero decir que ajustó sus lentes) supo de qué estaba hablando.
«La luz en este cuadro es pobre, lo cual deja mucho a la imaginación, es una imagen digna de tomar como ejemplo para una magnífica historia. Una imagen siempre inspira historias, ¿no lo cree?
«La posición del cuerpo y sobre todo la excelente nitidez en el área de la pelvis es sumamente excitante. Sólo imagine: ¿Cuántos deseos no estarán escondidos en ese miembro? ¿Cuántos anhelos no esperarán salir como torrente de fuerza blanca?
El hombre lo miró con extrañeza y contestó con la seriedad que caracteriza a las personas mayores.
―Verdaderamente no encuentro atractiva esta fotografía en particular. Es por demás descarada y fuera de lo normal.
Alieu luchó contra sus más íntimos demonios para contener la risa, de alguna manera esperaba esta reacción, era comprensible que una persona de esa edad tuviera una mente aún más pequeña que una fotografía de 4 por 11. El viejo no sabía de lo que hablaba, era una de sus piezas favoritas en toda la colección (incluso había pensado en pedírsela a su hermano cuando todo terminara, una toma como esa de frente a su cama, para que fuera lo primero que viera todas las mañanas sería un estupendo regalo).
―A fin de cuentas ―dijo el chico mientras comenzaba a dar media vuelta para alejarse de ahí― ¿qué es normal?
Sentimientos de Fotografía I
El amplio y frío salón se llenaba poco a poco, conforme los invitados entraban por las puertas corredizas. La habitación, más bien una galería enorme con pilares ubicados estratégicamente, daba un aspecto de melancolía a la exposición pero ése era el propósito justamente.
El lugar era amplio y había mucho espacio entre cada mueble que estaba ahí dentro. La mesa de bebidas y alcohol estaba al fondo, al lado contrario de la enorme chimenea en la que bailaba un delicioso fuego en su fallido intento por calentar todo el lugar. Las mesas iluminadas de blanco y sus sillones que hacían juego, con cojines rojos, estaban dispersas por todo el salón; sin embargo lo que llamaba poderosamente la atención a los anhelantes ojos de los curiosos espectadores que cruzaban las puertas de cristal resguardadas por dos centinelas de bambú, no era la arquitectura del lugar, o la sumamente surtida mesa de alcohol, sino que era la cantidad de cuadros que había ahí dentro.
Alrededor de setenta fotografías colgadas de los pilares, suspendidas de los muros e incluso estampadas en las mesas iluminadas, donde algunos invitados temían colocar sus copas de vino; se mostraban orgullosas como fiel muestra del arduo trabajo de aquél incipiente artista.
Conforme los minutos pasaban, los invitados comenzaban un recorrido ―después de las obligatorias felicitaciones al fotógrafo― donde se dejaban llevar por los sentimientos, las sombras, las formas y figuras y todo aquello que se decía y no se decía en la fotografía. El trabajo era en verdad estupendo, una magnífica muestra de la visión que el joven de 29 años tenía de la vida y las situaciones comunes que le pasaban a la gente común.
Rostros de extraños se alzaban majestuosas como si fueran estrellas de cine en la portada de alguna revista, transeúntes que cruzaban la calle, un anciano que alimentaba a una paloma en la plaza central de aquella vieja y olvidada ciudad, la alegría que el rostro de un niño expresa cuando tiene en su mano alguna paleta o un cono con nieve. Todas eran unas verdaderas emociones humanas. Sencillas y magníficas.
A pesar del arduo trabajo del artista, del empeño y esfuerzo que hizo para poder elaborar aquella magnífica y elegante recepción, esta historia no es de él.
domingo, 14 de noviembre de 2010
Traje de piel
Despierta los mas bajos instintos y deseos, y no existe en el mundo ropa que te venga mejor, que el traje de tu piel.
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sábado, 6 de noviembre de 2010
Ventana III
Xavier, Mauricio. Mauricio, Xavier.
Las posibilidades estaban frente a él. Sus opciones se desplegaban ante esos indecisos ojos de la misma manera en que los libros se apilan en algún empolvado librero.
Por un lado, el amigo y buen compañero que lo comprendía ―justamente por vivir lo mismo que él―, por tener gustos (tanto por las personas, como por el deseo de estar con alguien) similares; quien sabía lo que era vivir rodeado de miradas acusadoras, con la idea de que todos saben... pero nadie tiene las agallas de decirlo, y ni siquiera él de admitirlo.
Una persona segura, que estaría a su lado para extenderle una mano. Permitirle un hombro para llorar y prestarle sus labios para poder susurrar silenciosos besos apasionados.
Xavier era un chico sencillo, sin muchas complicaciones ni dificultades. Gustaba de salir al parque a caminar y platicar al lado de una humeante taza de té. Sus ojos eran profundos y juguetones. A su lado estaba una persona que no lo dejaría y que efectivamente buscaba tener algo más que una profunda y sincera amistad.
Por otro lado, estaba aquél a quien vio desde pequeño. A quien vio con el paso de los meses y que siempre servía de una perfecta distracción en las noches de tristeza. Mauricio siempre estuvo ahí, ajeno a toda la situación, brindándole un enorme consuelo mientras las peores noches de su vida ―hasta ese entonces― pasaban sigilosas y frías, cual sombra de muerte.
Mauricio estuvo ahí, mientras él crecía, sin que pudiera percatarse de eso, lo que era aun más maravilloso. Lo ayudó en tantas ocasiones y ni siquiera se dio cuenta de eso, ¿podía haber en el mundo persona más desinteresada? ¿Acto más humanitario que ese?
Es cierto que desapareció, que se fue sin una despedida, pero también es cierto que regresó. Volvió para continuar con su labor de antorcha guiadora al inquieto y confuso Andrés.
Nadie había compartido las noches con él, salvo el misterioso Mauricio; pero tampoco nadie lo había tocado de esa manera, salvo el atrevido Xavier.
No fue una decisión sencilla, pero Andrés comprendía que todo lo que crecía con los años, sus sentimientos de lealtad hacia un cuerpo que nunca alcanzaría a tocar y que silenciosamente se desnudaba frente a él; y de fidelidad a la presencia de un hombre lejano, pero al mismo tiempo tan cercano; todo eso lo seguiría en su largo caminar, todo era parte de él. Él mismo.
¿Qué haría? ¿Qué decisión iba a tomar? No estaba claro cuál sería su camino, pero estaba seguro que cualquiera que fuera, lo tendría que afrontar rápido; de lo contrario moriría de dolor y confusión.
―No te he visto en días, ¿estás bien? ―pregunto Xavier cuando por fin vio a Andrés.
―S-- Sí. No, todo está bien. No pasa nada.
―¿Seguro? ―Andrés sabía que su amigo no creía lo que estaba diciendo, tal vez porque ni siquiera él mismo estaba convencido de las palabras que pasaban por sus labios.
El silencio de Andrés confirmó lo que Xavier ya se imaginaba.
―Dime qué te pasa ―tomo el brazo de Andrés y lo llevó hacia los vestidores de la alberca.
La práctica ya había comenzado y los dos chicos estaban a solas en el cuarto de casilleros.
―Es por lo que te dije la otra noche, ¿cierto? Andrés, perdón pero no puedo negarlo. No puedo dejar de pensar en ti.
Andrés quiso desviar su mirada pero la firme mano de Xavier aprisionó su quijada. El gesto ―naturalmente― que mostró el chico, hizo que Xavier pensara otra cosa. Pero la realidad era que Andrés tampoco podía dejar de pensar en él, ni en él ni en Mauricio.
«No sé si es locura o simple obsesión, pero sé que también tú sientes algo por mí.
―Xav--
―Andrés por favor. Veme a los ojos ―la mirada confundida y sombría de Andrés se perdió dentro de los profundos y sinceros ojos de Xavier―, veme directo a los ojos y dime, en serio, que no sientes nada por mí.
«Dime que no quieres que estemos juntos, que no deseas tomar mi mano tanto como lo deseo yo. Andrés, me muero cada vez que caminas a mi lado y ni siquiera levantas la vista del piso. Pero sé que es más doloroso para ti el no poder admitir lo que yo mismo te estoy diciendo en este momento.
«Dime, sinceramente, que no quieres que haga esto ―el chico beso fuertemente a Andrés en los labios y una sensación extraña en su estómago lo hizo experimentar la mejor de las sensaciones. Otra nueva experiencia con Xavier.
Al atardecer llegó Andrés a su casa. Anhelaba poder tener una respuesta a su dilema. Quería encontrarse, quizá con una carta de letras de oro donde las respuestas tan anheladas estuvieran ahí dentro, pero no encontró nada, salvo frio y una soledad insoportables.
Salió a caminar un poco, tal vez un poco de ejercicio despejaría su mente. Caminó por las calles y banquetas que conocía a la perfección.
Saludó a sus vecinos (no cercanos, pero conocidos) e incluso disfrutó del atardecer ―una situación difícil de imaginar, dadas las circunstancias―. Para cuando daba la vuelta justo en una esquina, aquel incidente se repitió después de tantos años. Mauricio chocó contra él, solo que en esa ocasión no cayó al suelo. Lambrussco saltó sobre él y lo olfateó para reconocerlo.
―Lo siento ―dijo Mauricio con su sincera sonrisa― estaba distraído, no me fijé.
―No te preocupes, está bien ―pocas pero concisas palabras que tuvieron un impacto y resonaron en lo más profundo del alma de Andrés.
Ese pequeño encuentro, de confundió de nuevo al joven. Justo cuando había tomado una decisión, el destino repartió de nuevo las cartas.
Maldijo en silencio mientras caminaba hasta su casa.
Entrada ya la noche, a las 10:45 según aquél pequeño reloj digital que estaba sobre la televisión, los ladridos de Lambrussco despertaron a Andrés sacándolo de un sueno turbulento.
―¿Qué demonios...?
Su corazón saltó, se contrajo y por último se quebró en mil pedazos cuando, a través de su ventana vio a Mauricio. Su Mauricio, olvidándose del problema de la soledad con alguien más.
Acabó con ese problema de un solo y certero golpe.
El otro chico era guapo. Al menos su vecino no tenía malos gustos, y definitivamente no perdía su tiempo con gente que no tuviera los músculos trabajados a base de metal en el gimnasio, y sobre todo no gastaba su tiempo espiando a vecinos estúpidos a través de su ventana.
Esa noche, Andrés entendió aquella lección que Mauricio, y el chico de cuadrados pectorales le dijeron: disfruta el día. Aprovecha a quienes estén a tu lado, especialmente si alguien que está a tu lado te pide una oportunidad.
Esa noche, cuando Andrés vio a Mauricio aventar sobre la cama a su seductor compañero, y apagar la luz mientras desabotonaba su camisa; esa noche, cuando Mauricio compartió su cama con alguien más, Andrés llamó a Xavier.
Tenía que verlo, debía hablar con él. Por fin su problema estaba resuelto.
Xavier aguardaba en el lugar que Andrés le dijo. Estaba impaciente y sumamente ansioso.
En la oscuridad penetrante, al fondo del parque, a través de varios postes de luz de focos amarillos, caminó la silueta del chico, supo que era él.
Cuando por fin llegó a su lado, Xavier iba a comenzar a hablar, pedirle que lo disculpara y que intentara olvidar todas las estupideces que había dicho y hecho, solo que fue Andrés quien habló primero.
―Quiero estar contigo. Quiero tomar tu mano, y... quiero hacer esto.
martes, 2 de noviembre de 2010
A ti
A ti que has extendido tu mano para que pueda levantarme, a ti que has puesto tu brazo para que pueda caminar.
A ti que has visto anocheceres y amaneceres de sueños y palabras, a ti que has abrazado mis anhelos, y los has cubierto con frasadas de nubes y esperanzas.
A ti que has caminado a mi lado, a ti que has sonreido con sincera alegría; a ti que has contestado mis dudas y a ti que has cosechado mas dudas.
A ti que alumbras mi camino, a ti que brillas como Apolo, a ti que cubres la oscuridad de luz blanca.
Por todos estos días, por todos estos meses, por este tiempo y por todas las cosas que esperan mas adelante en nuestro camino; a ti que quieres vivir todo esto conmigo... Solo a ti, te dedico las palabras mas puras y divinas de todos los tiempos: te amo.
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lunes, 1 de noviembre de 2010
El ángel quiso amar
El ángel quiso amar, quiso perderse en los brazos del amor y olvidarse en el cálido aliento de la pasión.
El ángel quiso amar, pero supo que jamás podría hacerlo.
Deseó alimentarse de los latidos del corazón de quien estuviera a su lado, anheló morir en la mirada tierna y serena de quien le extendiera su mano.
El ángel quiso amar, y aunque supo que jamás podría hacerlo, se aventuró a dejar aquél divino lugar. Dejó aquella divina compañía, para acercarse aún más a la humanidad que tanto amaba.
Pidió fuerza, rezó para que el valor creciera dentro de su pecho. Pero no hubo respuesta. No llegó la fuerza ni el valor se hizo más grande.
Sin embargo, fue el rostro de esa persona, de ese ser humano, lo que animó al ángel a luchar por lo que deseaba. Fueron sus ojos, o tal vez sus labios, o quizás sus manos; entonces aquél hermoso ángel decidió cerrar sus ojos y dar un eterno paso hacia el vacío de la humanidad, decidió cerrar sus ojos y dejarse caer a los dominios del hombre.
El ángel quiso amar y solo en compañía de aquella persona, por fin, pudo hacerlo.