Has pensado....

: : : ―Deberías ver los ojos de Axel ―contesté dándole la espalda mientras caminaba hacia la ventana que (no fue ninguna sorpresa) estaba cubierta por tablas.
«Incluso tú llorarías al ver esos ojos.» : : :

martes, 26 de octubre de 2010

Ventana II

Cuando el ya no tan pequeño Andrés llegó esa tarde de la práctica de natación, entró a su habitación fastidiado y desesperado. Tuvo un día pésimo en la preparatoria donde empezaba su último año y en la alberca no se pudo concentrar lo suficiente para tener un “desempeño satisfactorio”, como decía su entrenadora a quien en ese momento quiso arrancarle la cabeza, cual Perseo frente a Medusa. Lo hostigó hasta que se cansó para que subiera su ritmo.

“Mueve más las piernas”, “estira más los brazos”, “¡ya no eres un novato Andrés!”. Una verdadera tortura. Esa tarde, uno de los pocos lugares donde verdaderamente podía relajar, no le sirvió de nada.

Además, por si fuera poco, su madre estaba de genio (aparentemente con todo el mundo) y no preparó la cena que le había pedido —y que lo había ilusionado todo el día—, y su hermana estaba, en una palabra, insoportable.

Lo que pareció animar un poco al muchacho fue que cuando entró a su habitación, ya de noche, un tono de tinta color plata cubría su cama como si fuera una manta hecha por las mismas estrellas. Se dejó caer, rindiéndose ante el cansancio y el enojo, y cerró sus ojos para poder pensar en todo lo que sucedió en el día.

El maldito estúpido que lo había molestado hasta el límite del cansancio (y de los golpes) en la preparatoria, su entrenadora que parecía más un comandante militar, su madre y su hermana. Todos.

Poco a poco, sintió el alivio de poder estar sólo, en su habitación. En un templo completamente privado al que nadie más tenía acceso. Su propio mundo y universo había sido, y seguía siendo, su habitación.

Recordó entonces aquellas lejanas noches en que solía asomarse por su ventana para contemplar la ciudad, aunque desafortunadamente para esos días varios edificios habían crecido como árboles a varias cuadras de su casa y ya no podía ver aquel bosque encantado que brillaba en la noche, debido al aleteo incansable de las hadas.

Recordó la alegría, la emoción y la eminente erección que le provocaba contemplar a su vecino (desde hacía ya algunos años egresado de la universidad y desaparecido completamente de todo el mundo) desde su alcoba, donde aguardaba agazapado, atento cual felino, dejándose hechizar por el cuerpo, los movimientos y la mágica presencia de la figura humana, seductora. Infinitamente seductora y que incitaba a la satisfacción de deseos por medio de la plenitud masculina.

Mientras contemplaba a su vecino, una sola idea cruzaba firmemente por la cabeza de Andrés: sabía que a través de cuerpos como ése, alcanzaría la satisfacción y plenitud que tanto anhelaba.

Desafortunadamente la ilusión duró poco. Hacía un par de años que su vecino no llegaba a casa y se paseaba por ella, salía al patio o se contemplaba frente al espejo en su habitación. De hecho, parecía que la casa estaba deshabitada y supuso eso puesto que nunca vio a nadie más ahí, entrar o salir, de noche o de día. Nada.

Esa noche, presa de la desesperación, del enojo y todos los frustrantes sentimientos que traía dentro de sí, Andrés se asomó nuevamente por su ventana movido por el último registro de ánimo, por ese último grano de esperanza de ver aquella habitación iluminarse y a aquel dios griego desnudarse frente a él, asomó su cabeza y dirigió su mirada, pero solo vio un recuadro oscuro y sin vida. Muerto. Marchito e inerte y aventado completamente al olvido. A la buena de Dios.

Sin embargo, sí encontró consuelo —al menos un poco— en sus recuerdos.

Su memoria le pasó unas divertidas imágenes de aquél lejano día, cuando salió a patinar por las calles cercanas a su casa y se topó con un chico mayor que él, atractivo, con buen cuerpo y que había estado espiando en secreto desde su propia habitación. Cuando dio la vuelta a una esquina, Mauricio —su hermoso vecino— caminaba sosteniendo con una mano su teléfono celular y con la otra la correa de su labrador dorado, Lambrussco.

—¡Lo siento! —gritó Andrés cuando por poco chocaba contra Mauricio.

El joven solamente lo siguió con la mirada, giró su cabeza y continuó hablando por teléfono. Gracias al desafortunado encuentro, Andrés no se dio cuenta que estaba a escasos pasos de una señal de tránisto. Para cuando intentó recuperar sus sentidos, momentáneamente olvidados por el exquisito aroma que dejó el cuerpo de Mauricio, ya era muy tarde.

Tirado en la calle, con su codo raspado y un rostro que se debatía entre llorar o considerar aquello como una cicatriz de guerra (a sus 14 años), Andrés sintió un lengüetazo en la cara. Lambrussco, el labrador que era de su mismo tamaño estaba enseguida de él, Andrés se sobresaltó y fue la primera vez que vio a Mauricio directamente, sin esconderse.

—Tranquilo, es muy juguetón —dijo el joven— no hace nada. ¿Estas Bien?

—S- sí —contestó Andrés mientras intentaba ponerse de pie.

Sus piernas no le respondían y con los patines le fue un poco difícil pararse. Mauricio le extendió su mano y lo ayudó pero su rodilla se quejó ante el esfuerzo y se dobló. Entonces, con la ayuda de Mauricio, se recargó de su hombro y llegaron hasta la casa, con los patines en una mano y Lambrussco caminando enseguida de él.

La escena le resultaba sumamente graciosa, en su mente se repetía lo estúpido y estúpido que era, con una silenciosa carcajada, riéndose de su suerte.

Esa noche, Andrés recordó aquél lejano día en que conoció y habló por primera vez con Mauricio. Sencillamente todo en él lo cautivó. Su sonrisa, sus ojos, la nariz y esos labios tan deliciosos que se antojaban solos o acompañados de todo lo demás. Andrés se alumbró con sus recuerdos en aquella oscura habitación, y encendió de nuevo la esperanza de volverse a encontrar con su irresistible vecino.

Al día siguiente, la rutina de su jornada no mejoró mucho, en comparación con la anterior, pero al menos en el entrenamiento pudo conversar con Xavier, el chico nuevo que acababa de llegar a la escuela y a la ciudad. Era bueno en el agua —y se veía sumamente atractivo con su pecho y su espalda mojados—, tenía buenas piernas y su conversación era interesante. No hablaba y hablaba de chicas, de todo lo que quería y no podía hacer o de las fantasiosas borracheras que supuestamente habían tenido todos sus compañeros. No era falso.

Después de varias semanas, Andrés y Xavier se volvieron amigos muy unidos. Así que, un fin de semana, el más confuso, excitante, arriesgado y emocionante fin de semana, Andrés invitó a su amigo a ver películas y jugar videojuegos hasta que los ojos se les secaran.

Pasaron la noche entre juegos, comedias, terror y decepcionantes películas de extraterrestres, hasta que el sueño los comenzó a vencer.

Andrés se acomodó en su cama y Xavier se intentó tranquilizar en el piso de la habitación.

Cerca de las cuatro de la mañana, Andrés se despertó gracias a unos ruidos que provenían del patio de su casa. No, no era de ahí, sino del patio de la casa de Mauricio. Sol ladraba y ladraba, lo que significaba que alguien estaba en la casa. Se asomó con cautela por su ventana e intentó observar a través de la oscuridad. Pero no fue necesario porque había luz dentro de la casa, el pelo dorado de Lambrussco brillaba y bailaba por todos lados, como si por fin hubiera sido liberado.

No podía ser. Simplemente no podía ser.

Esa noche, la ventana de Mauricio, por fin se volvió a iluminar.

Fue una noche llena de emociones, y confusiones. Mauricio había regresado, después de tantos años y de quien sabe dónde. Por fin lo volvió a ver, como antes solía hacerlo, esa noche, el hombre que invadía todos sus sueños y del que estaba secreta y silenciosamente enamorado (o al menos obsesionado) había regresado, pero también esa noche, Xavier, con una mano en la entrepierna de su amigo y la otra en su pecho, de rodillas en el piso de la habitación, reconoció estar secreta y silenciosamente enamorado (o al menos obsesionado) con Adrián.

Así que ese fin de semana, el más confuso, excitante, arriesgado y emocionante fin de semana, Andrés decidió besar a su amigo, aunque dentro de su mente imaginara los labios, con aquella barba que crecía, de su vecino.

2 comentarios:

Pandora de Lioncourt dijo...

Ahhh pusiste el relato dos veces!!! yo que ya estaba toda emocionada para saber si Andrés se atrevería ir al encuentro de Mauricio!!!!!!
Muy emocionante tu historia, oye en dónde se desarrolla la historia?? para ir para ver si corro la misma suerte que tu protagonista y me encuentro con un vecino apuesto al que pueda espiar por las noches a través de la ventana!!!
Saludis!!

Xander VanGuard dijo...

Si me acabo de dar cuenta que puse el relato dos veces, una disculpa por la desilución! pero la tercera parte ya viene en camino!

Y pues la historia esta pensada en una galaxia muy muy lejana...
en cualquier lugar de la mente, así que pues... quien sabe, mañana te puedes tomar con Mauricio y Lambrusco ;)