"Te espero en la cafetería, en el receso" - decía la nota que había logrado distraerlo de las clases de todo el día. La había leído al menos unas cincuenta veces.
Su corazón estaba emocionado y revoloteaba dentro de su pecho, su estómago se sentía tenso y esto ocasionaba que estuviera sumamente nervioso. Incluso uno de sus más cercanos amigos, quien era compañero suyo en la mayoría de las clases y no tenía idea de lo que estaba sucediendo, notó algo extraño en el chico de 16 años.
―¿Qué te pasa? ― Preguntó pegándole con el codo en las costillas ― estás actuando muy raro.
―No, no pasa nada. ¿Qué tenemos que hacer? ― ya había preguntado el ejercicio el número de veces que había leído la nota.
Para cuando entró a la abarrotada cafetería, el chico pensó que tal vez él todavía no llegaba porque no lo encontraba por ningún lado. Entró acompañado de su compañero pero no estaba poniendo atención a la plática de la conquista sexual número dieci-tantos. Estaba bastante nervioso y solamente lo buscaba a él. A él.
El chico que estaba con sus compañeros de salón, con una lata de coca-cola en la mano y una sonrisa en su rostro. Su siempre-presente-nunca-falsa sonrisa.
―¿Por qué estas tan nervioso? ― Pensó que esa pregunta venía desde su interior, desde alguna esquina de su cerebro o incluso de su estómago, el cual no podía soportar más la presión y estaba exigiendo algo de azúcar ― ¡HEY! ¡Te estoy hablando wey!
Entonces supo que no era su cuerpo el que le hablaba.
Le enseñó la nota a su compañero de clases minutos antes de que el timbre para el receso sonara. No le había platicado la anécdota que había ocasionado esa nota, hacía alrededor de dos semanas antes de un examen de matemáticas, pero se conformó con comentarle cosas generales, sin entrar en detalles.
Antes de contestar, recordó aquella tarde.
Era un día de verano, de los primeros días sumamente deliciosos del año en el que aprovechas para sacar las sandalias, algún short y una playera ajustada - aunque no tenía mucho que presumir usando ropa ajustada.
Llegó a casa de su mejor amigo con la preocupación de un examen de matemáticas que sería en dos días.
―Necesito que me ayudes a estudiar... no le entiendo ni madre. ― Dijo mientras entraba a la casa y se desplomaba en un sillón de la sala.
Después de haberse refrescado un poco, con un refresco, de haber platicado lo de siempre, y de haber visto el nuevo juego de video (y su consecuente lucha contra sus ganas de jugarlo) se pusieron a estudiar. Por primera vez sin televisión, sin papas fritas y solo con dos vasos de refresco con hielo.
Al final de la jornada los números le estaban dando un terrible dolor de cabeza al chico y solo quería tranquilizarse y distraerse un poco. Realmente sentía el cansancio del estudio. Entonces cerró los libros y los dejó de lado, se acomodó en la cama (que conocía sumamente bien ya que habían pasado noches enteras jugando o viendo películas en las vacaciones) y su mejor amigo encendió la televisión.
Afortunadamente para los dos, el programa que apareció en la pantalla fue lo que los ayudó a desinhibirse.
No se lo había confesado a nadie. Sus padres no lo sabían, sus hermanos tampoco. Ni siquiera su mejor amigo, de toda la vida, sabía su secreto.
Solamente su novio conocía la verdad. Un chico distante y frío que solamente decía "te quiero" cuando tenía algunas cervezas en su cuerpo. Nunca más.
La emoción del muchacho comenzó a crecer ante las escenas sumamente explícitas del programa de televisión nocturna. Estaba tan concentrado en la serie televisiva que ni siquiera se detuvo a pensar ¿Por qué estamos viendo esto?
No pensó que la reacción lógica de su amigo sería cambiar el canal. Contrario a esto siguieron viendo a dos hombres besarse sobre una cama con sábanas de satín negro, montones de paquetes de condones por todo el suelo, junto con las clásicas botellas vacías de cerveza.
La erección que cada chico tenía era tan evidente, que a uno de ellos no le costó trabajo bajar su mano y comenzar a acariciarse sobre su pantalón. Después, debajo del bóxer.
Al poco tiempo los dos estaban experimentando la atrevida sensación de llegar a un lugar de deseo y placer, guiados por los movimientos de sus manos, escuchando las risas de algunos invitados en la planta baja de la casa, reunidos en la mesa para cenar, que afortunadamente opacaban los gemidos de los muchachos.
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