―Hola ― dijo el chico cuando abrió la puerta de su casa. En silenció, su amigo, agradeció que el tono fuera el de siempre. Todo normal.
¿Una visita más? No, no podía ser una visita más. No con lo que tenían pensado hacer.
«Pasa. ¿Quieres algo de tomar? Tengo Dr. Pepper.»
―Sí gracias. ¿Todavía no te cambias huevón?
―Nah. ¿Para qué? Es cómodo andar así ― todavía traía el pantalón del uniforme de la preparatoria, aunque con una camiseta interior en lugar de la del uniforme. Estaba descalzo y en verdad parecía ser bastante cómodo estar así.
―Siempre de flojote.
―Y tú siempre con tus playeritas fashion ― le dijo mientras extendía su mano con la lata de refresco fría, recién abierta.
Los chicos se vieron por unos cuantos minutos y la mano del anfitrión tomó la de su invitado de una manera sumamente sutil. Desde ese momento comenzó la electricidad. Su corazón se quería salir por su garganta, su cerebro se apagó y dejó que los sentimientos dominaran su cuerpo.
No pienses en él – le dijo una voz desde su interior. Dejó el nombre de su novio de lado y tomó fuertemente la mano de su amigo.
Juntos subieron las escaleras hacia el primer piso de la casa. Entraron a la ya conocida habitación con el silencio queriéndole reventar sus oídos, pero afortunadamente se escuchaba una música sumamente sensual. Parecían notas árabes que le brindaban un encanto al cuarto. No había velas, pero un incienso se estaba consumiendo en un rincón del mueble de la televisión.
La laptop del chico desprendía notas musicales que acariciaban los deseos de los dos jóvenes.
En un momento guardaron silencio, fue como si estuvieran entrando en un mundo maravilloso lleno de deseos y como si fueran guiados por alguna droga. Solo que no habían tomado nada, era la droga natural del cuerpo del hombre.
La droga blanca que bajaba en forma de gotas por su pecho y su abdomen, inundando la habitación con un aroma sumamente erótico.
Vieron con sus propios ojos cómo una puerta de madera enorme, de dos hojas, se comenzaba a abrir y dejaba a la vista un camino de arena y a los lados un enorme jardín, con árboles, arbustos y frutos de todo tipo. Una pequeña brisa salió y acarició el rostro de los dos chicos como si les estuviera dando la bienvenida.
El olor a azahar encendió sus sentidos y juntos, tomados de la mano, se adentraron a ese paraíso terrenal. Iban descalzos sintiendo primero la arena y luego el pasto fresco que crecía bajo sus pies. No traían playera y los rayos del sol acariciaban deliciosamente su piel, solo caminaban con sus piernas cubiertas por los pantalones que traían puestos. Entonces los ojos de nuestro chico se concentraron en el pecho de su amigo.
No era muy amplio – como los que había visto a través de internet en la soledad de su habitación – pero estaba deliciosamente cubierto de un fino vello negro.
Había, también, un delicioso camino que se formaba desde su pecho hasta su ombligo y se perdía debajo de la ropa interior que traía puesta.
Aprovechó la oportunidad para detenerlo, y colocarse frente a él.
La sonrisa del muchacho era totalmente de felicidad. Había recibido la mejor de las noches y lo mejor de todo era que había sido con su mejor amigo. El amigo incomparable e inigualable que la vida nos obsequia solo una vez en mucho, mucho tiempo.
Con un beso y un abrazo le agradeció infinitamente todo, todo, lo que había hecho.
―Espero que… ― ahora el chico estaba un nervioso. Había tenido mucha presión sobre él. El estar esperando a que su mejor amigo llegara, preguntándose si ya habría comido, si no, lo invitaría a comer.
¿Qué pasaría si llegaban sus padres antes de tiempo? Aunque era poco probable, mientras esperaba ansiosamente, no dejaba de preguntárselo. Estaba nervioso mientras encendía el incienso y seleccionaba la música para la ocasión. Estaba tan nervioso, mientras se quitaba la playera del uniforme, que olvidó por completo quitarse el pantalón y ponerse uno de mezclilla.
Estaba nervioso cuando escuchó el timbre, y cuando le entregó el refresco a su amigo. Pero en ese momento, en ese glorioso segundo en que sintió la explosión de su amor inundar el cuerpo de su amigo, dejó todas las preocupaciones de lado.
Se perdió en el vasto espacio y caminó por el jardín de la mano de su amigo.
«Espero que te haya gustado – el chico tenía sus mejillas un poco coloreadas de rojo. Lo pudo sentir, pero no sabía si era por todo el esfuerzo físico que acababa de hacer en su cama o porque en verdad tenía pena de que algo hubiera salido mal – no sabía qué estaba haciendo, bueno… sí sabía, pero no sabía si te estaba gustando o no.»
―Fue lo mejor… en serio. Gracias, por todo.
Después de haber conversado un poco, sobre la cama, desnudos; y en el pórtico de la casa, por fin, el chico emprendió su camino a casa.
Se despidió de su amigo, los dos con una ENORME sonrisa, y recordó las caricias de las manos de su amigo por su espalda, por su cintura, su pecho. Sintió la electricidad recorrer todo su cuerpo mientras recordaba lo que sentía al estar acostado, con las piernas sobre los hombros de su compañero mientras esa sensación deliciosamente dolorosa lo envolvía por completo.
Todos los vellos de sus piernas se erizaron y recordó la textura de sus pezones – que otra vez estaban duros – cuando las puntas de sus dedos recorrían todo su costado. Desde el lado de su pierna hasta su axila derecha.
Todas las sensaciones que tuvo, sin embargo, se vieron totalmente opacadas con la conexión que definitivamente creció entre ellos. Sus conocimientos y sus perspectivas estarían, a partir de ese momento, más conectados que nunca.
“La primera vez nunca resulta como la esperas” había dicho él. Y efectivamente había escuchado eso en muchas ocasiones. Principalmente de sus amigas (mayores en cantidad que sus amigos) pero el convivir con un heterosexual que sabía de sus gustos, le había ayudado a entender que también ellos, los que solo buscaban cuerpos para desahogarse sexualmente, también los studs que había en su mundo en la preparatoria, se habían decepcionado de su primera vez.
Quizá por eso, pensó, es que siguen haciéndolo y haciéndolo. Tal vez para encontrar esa primera vez perfecta, aunque en realidad sea la veinte o la treinta.
Tal vez por eso seguían haciéndolo y haciéndolo… claro que lo volvería a hacer. Después de una experiencia tan placentera, ¿por qué demonios iba a dejarlo?
Justo cuando lo acababa de encontrar. No estaba loco.
“La primera vez nunca resulta como la esperas”, y efectivamente… nunca se imaginó que llegaría a ser así. Supo entonces, en la oscuridad de la noche de verano, que no se había alcanzado a imaginar tanto, y que sus expectativas habían sido superadas.
1 comentario:
Me encantó esa historia.
Es como un recuerdo que no me pertenece y una fantasia de los dos.
Muy cool, babe.
Luv ya
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