No
se trataba de pasar el tiempo, cada vez que llegaba hasta su cama; en cada ocasión
que desnudaba mi cuerpo, ante sus ojos abiertos por el asombro y la maravilla,
quizás envueltos en una nube de erotismo y lujuria, a través de la maravilla
del cuerpo y la magia de las caricias, sobre piel desnuda.
No
era un momento más —aunque en la sucesión de momentos en nuestras vidas, ése
era uno más—; era el momento que vivía,
en un lugar determinado. No era una noche cualquiera, pues sabía que mi cuerpo
sería llevado al éxtasis, al más profundo placer de las manos experimentadas y
ansiosas; no era tan solo un momento y nada más.
Envueltos
en silencio y con miradas cómplices, comprometidas con el intercambio de
emociones y gemidos aprisionados en gargantas, sonreímos para comenzar.
Llegó
el momento de disfrutarlo, con puertas y ventanas abiertas; todo un universo de
maravillas y emociones deliciosas. Sus manos tomaron mi cuerpo, acariciaron la piel
y se deleitaron con aquella excitación de mi hombría; lamió, besó, mordió.
Observó
con satisfacción y compromiso; en sus ojos se observaba el deseo.
Me
senté sobre su cadera para recibir su regalo con la mayor disposición. Mis
gemidos crecieron y entonces ni siquiera intenté reprimirlos.
El
deseo por su cuerpo creció inmediatamente, con mis ojos cerrados y mientras
mordía mi labio inferior, mantuve el rítmico movimiento sobre su amor
palpitante; de arriba abajo, con la respiración agitada, entrecortada, sin
ritmo, consistencia o elocuencia.
A
pesar de las ocasiones en que había compartido cama y sudor, sentí como si aquella
fuera la primera vez que recibía sus asfixiantes caricias. Me sentía
maravillosamente, con anhelos de ser observado, contemplado e idolatrado; incluso,
poseído de la manera más humana posible, mediante el recibimiento del (evidente)
deseo de mi compañero.
Me
recostó sobre la espalda y mis piernas se elevaron al cielo. Mi mirada se clavó
en sus ojos y entonces lo recibí de nuevo, con pasión y urgencia. Sus
embestidas se tornaron cada vez más rápidas y sus gemidos iniciaron una
escalada que me llevarían a una explosión de aromas, sonidos y gritos.
La
amarga esencia inundaba mi pecho mientras recuperaba la cordura; mis manos
temblaban, una pequeña lágrima resbalaba por mi mejilla; se tumbó a mi lado y
besó mis labios.
Aquello,
era claro, no se trataba de simplemente pasar el tiempo…
Imagen: Internet.
No hay comentarios:
Publicar un comentario