Los gritos y las lágrimas eran acompañados por argumentos que no alcanzaban a cambiar mi decisión.
Lejos de lograr protegerme, me encaminó directo a sus brazos, a sus manos, a su cuerpo y su alma, en donde encontraba refugio y en cuyo abrazo podía perderme con plena libertad, sin remordimiento y miramientos.
¿Cómo podía estar equivocado? ¿Cómo era posible que estuviera mal, cuando en ningún otro momento de mi vida había sido tan feliz; cuando nunca había sentido tan pleno?
¿Por qué? -preguntaba a cada momento, en un inútil intento por comprender lo que sucedía.
¿Por qué?
No obtenía respuesta, sin embargo yo la sabía... jamás será suficiente; lo que hagas, jamás será suficiente para opacar lo que eres.
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