Un día primero, y otro después, el avance del hombre resulta pausado, a veces ordenado y casi siempre bañado en una desesperación que surge desde su propia alma, desde el rincón más oscuro de su organismo. Con cada amanecer se celebran triunfos acumulados; con cada anochecer, se cuentan historias que suceden durante los días de luz, siempre en constante búsqueda de la aceptación (propia y ajena).
Días y noches se acumulan en una mezcla de sueños añejos, de sueños atascados, aparentemente construidos sobre cenizas y roca porosa. Días y noches se suman a la interminable cadena que terminará formando nuestra única prisión, noches y días se entrelazan para atormentar con metas no alcanzadas y con sueños destrozados.
Días y noches, noches y días, todos unidos en el ciclo infernal; sol y luna, luz y oscuridad, la cadena interminable de intentos y derrotas, de guerras perdidas, ganadas para otros.
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