Crimen y castigo, de
Feodor M. Dostoievsky, será una de las máximas obras publicadas, gracias a su
enorme tino al momento de plantear la realidad de una época oscura y difícil, a
pesar de las constantes y notorias evoluciones en otras latitudes del mundo.
El crimen.
Rodion
Raskolnikov, movido por la interminable desesperación que es generada por una
pobreza extrema —en la Rusia imperial del siglo XIX—, decide adentrarse en las
siempre desafortunadas aguas del crimen; a través de los recuerdos y el
arrepentimiento (concepto que marcará su destino para siempre) de decisiones
hechas en el pasado, se encamina a casa de una vieja usurera a empeñar las
únicas prendas que posee. Sin embargo, más allá de recibir una ganancia, o si
quiera un trato justo, obtiene a cambio una mísera cantidad, que servirá para
tentar al personaje, hasta la comisión del máximo crimen: la muerte de la
usurera y su hermana. A partir de estos acontecimientos, se desencadenan los
eventos que (de) formarán al personaje hasta el final.
El
crimen que Raskolnikov comete, el asesinato de una mujer —al que le siguió el
segundo, en su intento de evitar dejar testigos— con la intención de obtener
dinero, en principio se ve “justificado” por la fama y reputación de la vieja
usurera. Ivanovna no era para nada querida, se entera el personaje, y a los
ojos de muchos (incluso el autor de esos hechos) tenía merecido su fatal
destino; sin embargo, esta cuestión no logra calmar las ansias y la
desesperación que lo invaden, disfrazadas de remordimiento y voces de alguna
conciencia, que se creída olvidada, interna.
El castigo.
El
castigo que recae a semejante acto, materialmente, se representa con la
sentencia que le es impuesta (ocho años en Siberia) después de la confesión que
realizara; sin embargo, el personaje es inmediatamente castigado desde el
momento de la comisión del crimen, pues es incapaz de alcanzar una tranquilidad
interior que lo ayude a llevar una vida (si no acomodada) digna.
El
látigo de la conciencia flagela incansablemente a Raskolnikov, inmediatamente
después de cometido el crimen. A través de pesadillas, delirios de persecución
y la imposibilidad de desarrollarse plenamente, el autor de la obra presenta el
verdadero castigo del joven, a través de su tortuosa existencia y de esa
opresora sensación de que sus actos sean descubiertos sin más ni más: le es
difícil conllevar la relación con su familia, con sus amigos y, en general, con
aquellos que lo rodean, pues piensa que pronto será descubierto.
El
(tortuoso) viaje de Raskolnikov comienza con la certera muerte que le asestó a
la usurera y la hermana de ésta; a partir de entonces, sufre a cada momento por
lo que hizo y busca, a cada momento y por todas las acciones posibles, alcanzar
el perdón, una absolución, una redención, que —lamentablemente— pareciera
desconocer de dónde o de quien vendrá.
A
manera de reflexión, el andar de Raskolnikov se representa en la vida de los
hombres y mujeres que compartimos este mundo. No precisamente por la comisión
ofensas como la que aquél realiza; sin embargo, sí al respecto de dolores y
penurias que la propia vida les otorga a los personajes más ordinarios,
nosotros.
De
cierta forma, todos buscamos una “redención”, ponerle fin a las adversidades y
las molestias de la vida; de alguna manera, nosotros, los vivos y humanos,
añoramos alcanzar aquello que nos habrá de redimir de nuestras faltas.
Precisamente se emplean los adjetivos que la Academia Española emplea en la
definición de la palabra redención, a efecto de mayor ilustración en lo que se
quiere afirmar.
Rodion
Raskolnikov pretende alcanzar la redención a través de sus acciones —brindarle
dinero a los necesitados, intentar proteger a su propia hermana de una unión
matrimonial que, presiente, le será sumamente perjudicial—; más, no le resulta
posible alcanzar ese perdón que tanto anhela, quizás porque sus acciones no se
asemejan a la magnitud de lo que hizo con la usurera y su hermana.
Históricamente,
a la palabra redención se le ha
atribuido una definición basada, en gran medida, en una estructura religiosa,
particularmente católica (o de corriente judeocristiana). Así, una acepción
generalizada —laica— de la palabra, la brinda la Real Academia Española, que sostiene
que la redención proviene del latín redimĕre (del prefijo
re-, de nuevo; y, émere, comprar) y que se refiere a: “rescatar o sacar de
esclavitud al cautivo mediante precio”.[1]
A
través de la tradición judeocristiana, el máximo Redentor se presenta con la
figura de Jesucristo, quien habría de venir a liberar a los hombres, mediante el precio de la cruz y la
sangre. Empero, sin afán de caer en la concepción rigurosamente religiosa, la
redención entendemos entonces que hace referencia a una liberación, a un trato,
al intercambio de un preso, cautivo, por un precio determinado. De esta forma,
Raskolnikov busca librarse de la terrible verdad que le asecha y es por lo que
finalmente decide entregarse a las autoridades, pues se da cuenta que es la
única acción que le brindará tranquilidad a su perturbada conciencia; y lo
hace, en busca de una redención.
En
busca de la libertad humana y natural que debemos tener todos los hombres de
esta tierra. Sin embargo, el propio Raskolnikov, al cumplir con el tiempo de su
sentencia en la prisión en Siberia, no se terminaba de arrepentir de su crimen.
Si
bien, a lo largo del relato demuestra encontradas sensaciones, pensamientos y
sentimientos; no menos cierto es que el tiempo de reflexión con esos
pensamientos y sentimientos, lo llevaron a preguntarse si valía la pena haber
hecho lo que hizo.
Así
pues, él mismo dice:
¿Por qué
—pensaba— mi idea era más estúpida que las otras ideas y teorías que en el mundo
combaten desde que el mundo existe? Basta mirar la cuestión desde un punto de
vista más amplio, independiente, exento de los prejuicios del día, y
seguramente entonces mi idea no parecerá tan extraña. […] ¿Y por qué mi
conducta les parece tan fea? —se preguntaba—. ¿Por qué es un crimen? ¿Qué
quiere decir la palabra crimen? Yo tengo la conciencia tranquila. Es indudable
que he cometido un acto ilícito, que he violado la letra de la ley y que he
derramado sangre. ¡Pues bien, tomad mi cabeza y… ya está concluido! […]
¿No
representa entonces esta reflexión nada más sino una pura contradicción a todo
aquello que lo atormentó hasta el cansancio? ¿No significa, a fin de cuentas,
que continuamos empeñados, siempre en aras de esa benévola “redención”, en
encontrar cualquier cosa que nos salve de nuestras cadenas? ¿No significa
entonces que buscamos justificar por cualquier medio nuestras acciones y
restarles importancia y trascendencia cuando lesionan intereses ajenos?
A
parecer personal, el pasaje descrito revela lo que el ser humano realiza
naturalmente: decimos que nuestra conducta no es pecado, decimos que no hicimos
tanto daño como se nos imputa, sostenemos que lo que hicimos no es
verdaderamente un crimen y que otros son los delincuentes, no nosotros.
Intentamos,
a través de cualquier medio, alcanzar la redención que nos habrá de otorgar un
ser supremo o la norma jurídica, a través de la compleja maquinaria
gubernamental.
¿No
seremos, entonces, igual que Rodion Raskolnikov?
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