Y entonces aguardé.
La luz de la luna y el resplandor de las cruces iluminadas, que se elevaban sobre las cúpulas de la iglesia, penetraban la oscuridad de la habitación. Era una noche fría, pero aun así dormí completamente desnudo.
Me recosté sobre la cama, me cubrí con los cobertores y aguardé.
Esperé escuchar algún sonido, alguna melodía del corazón de la noche... Aguardé y aguardé para escuchar tu respiración, que jamás llegó.
El sueño me venció, irremediablemente, y entonces lo vi: tu resplandor, tu alegría, la poesía de tu sonrisa.
Me sumergí en oceanos de sueños y música, y no extrañaba tu cuerpo pues estaba ahí, al alcance de mis manos.
Sin embargo, todo habrá sido en vano, mi sonrisa, mi alegría, pues cuando abra los ojos a la eterna soledad de esta helada habitación... No estarás a mi lado.
Y tendré que aguardar... Aguardar de nuevo a que estés conmigo, en mis sueños.
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La belleza de la vida la encuentras en la misma vida
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