La necesidad de escribir
transforma mis días, de un cúmulo de horas ordenadas, subsecuentes una tras
otra, a una avalancha de emociones, destinadas a colisionar si no las dejo
salir.
El
significado de la tinta y las letras trasciende mi entendimiento y lo que
representa mi presencia, mi conciencia y mi permanencia.
Mundos
de vocales y consonantes; océanos de imágenes y plegarias a dioses ausentes,
olvidados, crucificados; universos creados a partir de las comas, puntos,
puntos suspensivos... como los años de la vida, como las horas del día, uno
tras otro.
Pedazos
de carne, hilos de pensamiento, gritos de dolor y gemidos de placer; la magia
que envuelven las letras, como runas antiquísimas, místicas, paganas; el
reflejo de realidades o fantasías, invenciones, inmortales en la mente del
hombre, en su conciencia e inconsciencia.
Siempre
recordamos las palabras, nuestro pensamiento no se compone de números o
métrica, sino de palabras y la necesidad de formar, transformar, destruir.
Pues
no existe mayor arma, aliada o enemiga, que las palabras. Juntas, una
procesión, con ideas y necesidad...
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