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Héctor y yo
ya teníamos cerca de un año de vernos prácticamente todos los días, y claro hacíamos
de todo, íbamos al cine, salíamos a cenar, nos poníamos a hacer tarea de la
universidad (él estudiaba Químicas y yo Derecho), hablábamos de nuestros
desencantos amorosos y esos problemas existenciales de unos jóvenes de
diecinueve-veinte años; hasta que, en algún momento —no pudiera decir
exactamente cuándo o con qué evento en particular; tal vez fue algo repentino
o, tal vez, fue algo gradual— dejé de ver a Héctor como alguien que estuvo ahí
en incontables ocasiones, detrás de las peleas con mis padres; dejó de ser ese
alguien a quien le contaba de todo y a quien escuchaba atentamente; dejó de ser
esa persona a la que respetas y te comprometes en serio con sus palabras y sus
consejos.
Toda nuestra
historia se encuentra entrelazada de una manera por demás íntima, y se remonta
a cuando solamente teníamos seis o siete años de edad.
Lo conocí en
tercer año de primaria y me enorgullece decir que es el amigo más viejo que tengo. Cada uno siguió caminos
distintos durante la secundaria, para luego reencontrarnos en la preparatoria
(aunque comenzamos a tratarnos de nuevo al final, para entrar a la
universidad).
Fueron años
difíciles para mí, con problemas familiares y de autodeterminación que tenía
presente todos los días; del rechazo de algunos que se ostentaron falsamente
como amigos míso, debido a mi orientación sexual; pero, afortunadamente, también
de mucha realidad —la realidad no tiene cosas buenas o malas, la realidad… simplemente
es real—. Afortunadamente fue cuando
llegaron a mi vida esos buenos amigos que hasta el momento conservo, fue en ese
tiempo cuando me extendieron la mano simplemente a cambio de una sonrisa; y,
uno de ellos, indudablemente fue Héctor.
Una noche de
diciembre de 2006, en una de tantas salidas de fiesta, bailamos y nos reímos
(como siempre) y nos miramos en algunas ocasiones directamente a los ojos (como
nunca).
Después de
esto, él fue quien me llegó a asegurar que todo estaría bien y que no tenía que
temer. Fue cuando me llegó la duda, esas interrogantes negativas a las que me
referí en párrafos anteriores, pero mi ansiedad se esfumó el momento en que me
dijo “Por mí, te prometo, que si no
funciona, todo seguirá igual”.
Si él podía
hacerme esa promesa… por qué yo no. ¿Por qué no me podía comprometer de la
manera en que él lo hacía?
De alguna
forma, ahora que lo pienso en retrospectiva, sabía que era lo que debíamos hacer;
era el paso que había que dar, el camino que era necesario comenzar a recorrer;
para llegar a un destino nebuloso y confuso, pero al que habríamos de llegar
juntos; uno al lado del otro.
Cierto es que
comenzamos con miedo e incertidumbre, pero también con una alegría que no habíamos
sentido con alguien más. Corro el riesgo de armar un perfecto cliché, de sonar como un cursi personaje
en alguna novela doblemente cursi; pero todo esto fue cierto, desde el
principio sentí una ligereza de espíritu que no me había sucedido con alguien
más. Supongo que esas fueron las primeras señales de que todo saldría bien, que
todo iría como debe de ir; y puedo asegurar —pues esto es lo que te deja una
relación de este tipo, un conocimiento indudable hacia la otra parte de esa
misma persona— que él sintió lo mismo.
La
tranquilidad que me dejó sostener su mano (la mano de mi amigo), de una forma
distinta, pero al mismo tiempo sumamente familiar, como si eso hubiera estado ahí, desde siempre, fue algo que me animó a seguir
adelante y aceptar aquella invitación que me hizo esa noche de invierno.
Si tuviera
que resumir nuestra historia —a pesar de que no me detengo al demostrar mi oposición
al respecto, completa y firme—, diría que ésta se ha basado en la confianza y
la seguridad; que se ha nutrido de la risa, las bromas y la ligereza de
espíritu; mediante un tipo de acuerdo no hablado, dejamos de lado la constante
energía negativa (o, al menos, la mayor cantidad posible) y nos enfocamos en esos
aspectos positivos de nuestra relación —sin que esto implique, naturalmente, la
ceguera en relación a los problemas y los disgustos del otro—; aprendimos a
aprovechar más el tiempo entre risas, besos y abrazos, que en discusiones y
reclamos.
Para
nosotros, la relación amorosa que surgió de una amistad, ha sido la forma para
reafirmar ésta última y hacer cotidiana la alegría —y hasta cierto punto la
despreocupación por los detalles insignificantes que surgen con el diario
convivir de dos personas— para alcanzar un objetivo pretencioso (para unos) y
básico (para otros): una relación.
El paso de
los años (ya siete el próximo diciembre) nos ha marcado con un constante ciclo
de enseñanza-aprendizaje, de uno para el otro; ha sido pesado pues hemos
atravesado por los problemas claros de todos nosotros, más los inherentes a una
relación sentimental entre dos adultos. No dejamos de aprender, el uno del
otro; estamos ya más comprometidos, con nosotros mismos y con la relación de
los dos, estamos más inmersos en un mundo cada vez más inminente que es el
realizar una vida en común; las responsabilidades crecen, los problemas —si
bien, no necesariamente se incrementen en número— evolucionarán de un tipo a
otro; pero la forma en que aceptamos los besos o las bofetadas de la realidad
siempre ha sido la misma, es con una sonrisa y siempre sosteniendo la mano del
otro.
Somos amigos,
amantes, pareja; estamos comprometidos y, para mí, enamorarme de mi mejor amigo
fue un verdadero reto, no tanto por el miedo al futuro sino porque él conocía
ya gran parte de mi pasado, y aun así me extendió su mano. Para mí, fue algo
maravilloso, como compartir todo un sentimiento de complicidad; somos
cómplices, él y yo, con una conexión cósmica o divina que de alguna u otra
forma nos mantiene unidos.
Agradezco a
quien, debido a su pregunta, comencé a redactar estas escasas y precarias
líneas —que tal vez en nada demuestren cómo fue mi experiencia al enamorarme de
mi mejor amigo—; por esa pregunta, que fácilmente pude responder con unos
cuantos tuits, retomé esa pregunta que estaba ya en mi interior y que genera un
tema que jamás me cansaré de repasar y considerar.
Octubre 2013.
4 comentarios:
Ignoraba que fuera tu amigo de casi toda la vida, y qué bien que los altibajos los lleven de una sana manera.
Agradezco tu mención en el blog, he de admitir que siento un poco de envidia, pero me alegro que sea satisfactoria tu convivencia con Héctor.
Y gracias por satisfacer mi curiosidad.
Saludos:
L. García.
Gracias por la pregunta y por leer esta publicación.
La verdad es que puedo asegurar que hay personas únicas por todos lados, y aquellas que son especiales para nosotros las encontramos donde menos lo esperamos.
Saludos Luis, y feliz cumpleaños.
T.T Lloro sólo de recordar todas aquellas cosas que describes, de lo feliz que era y es Héctor y cómo a lo largo de los años han sabido complementarse uno al otro, creciendo los dos y formando día a día una relación madura y estable sin ser aburrida, ya que mucha gente relaciona esta última palabra con las dos anteriores.
Celebro Xander que hayas hecho a mi amigo el hombre mas feliz del mundo y que juntos hayan conocido la calma de un amor tranquilo y sin constantes altibajos. Su relación nos ha servido de ejemplo a muchos, entre ellos me encuentro yo, al decir "yo quiero un novio que me trate como Xander a Héctor" o viceversa, con respeto, amor, fidelidad, entendimiento, complicidad etc etc.
Me encantó leerte amigo, me da gusto tu regreso a este espacio con un escrito así bien pero bien bonito, jejeje bueno amigo me despido, cuídense mucho, saludos a Héctor!!! :)
Querida Marquesa, muchísimas gracias por las palabras y los buenos deseos.
Fue muy agradable, para escribir este texto tuve que recordar muchas cosas, mirar hacia atrás y a los primeros años de nuestra relación.
De pronto el recordar ese tipo de eventos, la primera vez de todo, levanta de nuevo la flama de nuestro interior; es bueno, en ocasiones, recordar lo que dijimos e hicimos.
La verdad es que el que me ha hecho sumamente feliz es él, como (aunque suene trillado) no pensé sentirme.
En fin, seguimos el camino de la vida, rodeados de momentos felices y maravillosos amigos. Gracias a ti por estar con nosotros y extendernos tu mano.
Saludos, y ya déjate ver.
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