Enamorarse
no es sencillo.
El
proceso mediante el cual todo ser humano, en algún momento —fugaz o duradero—,
atraviesa un campo que parece estar bañado en la luz de sol y luna, no resulta
sencillo ni fácil de enfrentar; sobre todo, si se hace sólo (enamorarse y no
ser correspondido).
Además
de esto, enamorarse de un buen amigo, o de tu mejor amigo, tampoco resulta fácil; tan no es así, que muchos
prefieren darle la vuelta y dirigir sus ánimos, sueños y anhelos a otra persona;
a alguien más, diferente de ese (a) amigo (a), constante en tu vida, para así
disfrutar de su compañía, todavía por mucho tiempo más.
Sin
embargo, enamorarse de tu mejor amigo (y que éste lo haga de ti), representa
una de las grandes maravillas de este mundo. No solamente tienes la confianza
de estar a su lado, sino que conoces la magia que los une, estás consiente de
la fortuna que comparten y del camino que ambos llevan recorrido, uno al lado
del otro.
Cierto
es que se están muchas cosas en juego, muchos buenos momentos y maravillosas realidades
que podrán desaparecer si algo no funciona entre ambos; aun así, sentir el
abrazo del amor y del amigo, en una misma persona, representa una verdad sumamente
satisfactoria y placentera.
La
sensación de compartir un estrecho lazo que los une y los mantiene juntos; el
compartir, igual que todos los demás, pero de una forma única, experiencias
inolvidables que forjarán la vida de cada uno, es una experiencia que bien vale
la pena experimentar. Es mucho lo que está en riesgo, esto es verdad; pero, es
mucho más lo que se puede ganar, si ambos están completamente consientes de lo
que está a punto de comenzar. Las caricias, los besos y abrazos; las palabras,
las miradas y los suspiros, jamás serán como lo eran antes. Sólo es necesario
contar con la disposición de los dos, obtenida mediante el conocimiento de los
buenos amigos y… arriesgarse un poco.
En
mi caso, enamorarme de mi mejor amigo, fue algo sumamente mágico que pronto se
convirtió en el viaje de nuestra vida; en una deliciosa experiencia que lleva
ya poco más de seis años. Esto, representó luchar en contra de mis miedos para
decir te acepto, me decido, me arriesgo.
Con nosotros, lo que llegó a convencerme plenamente, fue una promesa —tan
sincera y directa—, que él me hizo aquella noche de invierno. Prometo que, si no podemos seguir juntos, en
mí siempre encontrarás a tu amigo. Por mí, nada cambiará…
Le
creí, fielmente, cada palabra que me dijo; sus ojos me mostraron una completa
sinceridad, que crecía en su interior como grandes llamas que ardían en su
mente. Le creí.
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