Imaginé que lo tomaba de
la mano, lo veía directamente a los ojos y ambos sonreíamos al tiempo en que
alcanzábamos a comprender todo lo que sucedía a nuestro alrededor.
Su rostro demostraba una
felicidad pura y sincera; mis emociones, emanadas de mi corazón, también
dejaron ver la satisfacción que me generaba —y, también, el propio miedo— el
estar ahí de pie, ese día, frente a él.
Ambos vestíamos de negro,
camisas blancas y corbatas; todos nos observaban, todos sonreían con nosotros,
soñaban junto con nosotros y dejaban ver la maravilla de la ilusión, cuando te
unes en matrimonio con otra persona.
Siento la maravilla del
amor, la emoción del día, la magnificencia del acto que celebrábamos en ese
momento. No éramos un par de pervertidos, ni enfermos; éramos dos personas que
querían pasar el resto de su vida juntos, como muchos otros que nos señalaron y
rechazaron.
Fragmento del autor.
Somos
humanos, llevamos a cabo actos humanos (e inhumanos); y resulta sencillo
entender que privar de la vida a una persona, violentar la libertad sexual de
otra, y muchos más ejemplos, son actos que atentan en contra de la dignidad
humana. Pero, nos resulta difícil, entender que los actos muchas veces más
comunes y cotidianos, también representan ese odio en contra del prójimo.
Me
resultó nefasto enterarme, en días pasados, que dirigentes de la iglesia
católica dentro del Estado de Chihuahua, solicitaban a sus seguidores una
muestra de “apoyo”, “opinión” y “compromiso” con la iglesia de Cristo; esto, a
efecto de recabar firmas (que supongo con posterioridad serían enviadas al
cuerpo legislativo local) de todos aquellos que se opusieran a la celebración
del matrimonio entre personas del mismo sexo y que mantuvieran la postura de
que éste no debe celebrarse dentro de una sociedad (laica, por cierto).
En
una primera aproximación, esta solicitud pudiera ser considerada como un
símbolo de unidad dentro del grupo religioso; sin embargo, reviste características
verdaderamente preocupantes, pues en representan verdaderos actos de
discriminación, que atentan en contra de la dignidad, con la que todos los
seres humanos somos investidos desde (antes) de nuestro nacimiento.
Dentro
de las cavilaciones que se me permiten como ser pensante, entiendo que las
posturas que son generadas dentro de un grupo social, son motivadas
precisamente por acciones de sus propios integrantes; entiendo, también, que
los derechos de expresión y petición al Estado, son inherentes a todos dentro
de la colectividad. Sin embargo, resulta urgente atender a un Estado laico, en
donde las reformas sociales y aquellas regulaciones de naturaleza colectiva,
sean motivadas por reflexiones y análisis concretos, objetivos, con base en la realidad y en su manifestación, y que vayan
encaminadas a brindar la máxima protección posible a los individuos
involucrados en éstas.
Dichas
políticas estatales no deben tener como base los criterios religiosos que
parten de dogmatismos absurdos y ya por mucho superados (o, contrario sensu, atender a las opiniones
de todas las instituciones religiosas; sin importar su nombre y no solamente a
una de ellas, que curiosamente resulta ser la que más presencia tiene en
nuestro país).
Es
trascendental que las instituciones religiosas entiendan el alcance de su
actuar; pero, aún más importante, es que el propio Estado comprenda que una
postura de esta naturaleza puede ser usada meramente como referente, como una
opinión al respecto de una realidad vista desde un punto de vista para nada
objetivo y completamente parcial; jamás como un factor determinante a efecto de
lograr reformas colectivas, cuya finalidad es el bienestar social.
El
miedo a las consecuencias de permitir el matrimonio entre parejas conformadas
por personas del mismo sexo (matrimonio igualitario), resulta ser, a nuestra
percepción, el elemento más fuerte para rechazar un necesario reconocimiento y negar
la protección de hechos que, de facto, ocurren dentro de los grupos sociales
—en ocasiones más comúnmente que otras—.
La
incertidumbre del futuro, con creencias arraigadas en días pasados, en épocas
ya por mucho superadas; suele ser lo que en múltiples ocasiones llevan a hacer
manifestaciones contrarias a un Estado de igualdad y libertad, como el que se
suscitó en silencio dentro de las instituciones religiosas.
Creencias
y suposiciones basadas en el desconocimiento de estos temas, pudieran ser
fácilmente desechadas; sin embargo, cuando éstas se presentan en forma
reiterada, llegan a tomar magnitudes alarmantes, incluso con características
similares a las patologías que desalmadamente atacan y destruyen las bases de
cada ser humano, y de cada sociedad. Así, percibimos que la ignorancia puede
llegar a representar un verdadero pandemonio, y es ésta la que eventualmente
terminará con la cordura social, no aquellos que se aferran en recibir igual
trato e iguales oportunidades; hasta grado tal de terminar con la realidad (utópica)
a la que toda sociedad debiera aspirar: una convivencia en términos de verdadera
igualdad y libertad; a través de una efectiva tolerancia, al respeto de los
demás miembros activos del grupo social.
No
se trata de una cuestión personal, que se constriñe al sentir o pensar de una
sola persona, puesto que no somos entes singulares o aislados, dado que nos
desarrollamos dentro de las múltiples estructuras sociales, en donde se
presentan estas realidades y manifestaciones con el transcurrir de los
individuos.
Tampoco
resulta simple establecer que las reiteradas manifestaciones de discriminación
y —concretamente— de homofobia, como un rechazo a las oportunidades jurídicas y
humanas de cada persona, deban de ser descartadas en pro de los principios de igualdad y libertad. Es decir, no por
buscar estos ideales, debemos desdeñar las posturas detractoras, pues éstas
tienen, seguramente, su motivación y justificación.
No
podemos olvidar que, tanto el hecho de solicitar una libertad para ejercer
derechos civiles a cada persona, como su respectivo rechazo; son, ambas,
manifestaciones de la propia naturaleza humana. Tanto la exigencia de una
libertad e igualdad, como la oposición a este grito de atención, corresponden a
una realidad social y a meras manifestaciones del desarrollo de la conciencia humana.
Empero, debemos evitar caer al subjetivismo.