Has pensado....

: : : ―Deberías ver los ojos de Axel ―contesté dándole la espalda mientras caminaba hacia la ventana que (no fue ninguna sorpresa) estaba cubierta por tablas.
«Incluso tú llorarías al ver esos ojos.» : : :

sábado, 18 de mayo de 2013

Preguntas sin respuestas, con respuestas.

Sonrisas joviales, pelos despeinados y labios manchados de chocolate y crema batida; una mirada sincera que se pierde en el infinito y el olvido, por la imperdonable falta de percepción de los "maduros", "adultos".

La inocencia no tardará en desaparecer; secuestrada, ultrajada, vejada, por tinieblas mecánicas y tecnológicas, igual que a los dos zombies enajenados que están frente a ellos.

Triste. Y después preguntarán: ¿Por qué? ¿En qué momento? ¿Qué hice mal?
Porque no lo viste.
Desde el inicio de su vida.
No observar.

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sábado, 11 de mayo de 2013

Buenos amigos.



Enamorarse no es sencillo.
El proceso mediante el cual todo ser humano, en algún momento —fugaz o duradero—, atraviesa un campo que parece estar bañado en la luz de sol y luna, no resulta sencillo ni fácil de enfrentar; sobre todo, si se hace sólo (enamorarse y no ser correspondido).
Además de esto, enamorarse de un buen amigo, o de tu mejor amigo, tampoco resulta fácil; tan no es así, que muchos prefieren darle la vuelta y dirigir sus ánimos, sueños y anhelos a otra persona; a alguien más, diferente de ese (a) amigo (a), constante en tu vida, para así disfrutar de su compañía, todavía por mucho tiempo más.
Sin embargo, enamorarse de tu mejor amigo (y que éste lo haga de ti), representa una de las grandes maravillas de este mundo. No solamente tienes la confianza de estar a su lado, sino que conoces la magia que los une, estás consiente de la fortuna que comparten y del camino que ambos llevan recorrido, uno al lado del otro.
Cierto es que se están muchas cosas en juego, muchos buenos momentos y maravillosas realidades que podrán desaparecer si algo no funciona entre ambos; aun así, sentir el abrazo del amor y del amigo, en una misma persona, representa una verdad sumamente satisfactoria y placentera.
La sensación de compartir un estrecho lazo que los une y los mantiene juntos; el compartir, igual que todos los demás, pero de una forma única, experiencias inolvidables que forjarán la vida de cada uno, es una experiencia que bien vale la pena experimentar. Es mucho lo que está en riesgo, esto es verdad; pero, es mucho más lo que se puede ganar, si ambos están completamente consientes de lo que está a punto de comenzar. Las caricias, los besos y abrazos; las palabras, las miradas y los suspiros, jamás serán como lo eran antes. Sólo es necesario contar con la disposición de los dos, obtenida mediante el conocimiento de los buenos amigos y… arriesgarse un poco.
En mi caso, enamorarme de mi mejor amigo, fue algo sumamente mágico que pronto se convirtió en el viaje de nuestra vida; en una deliciosa experiencia que lleva ya poco más de seis años. Esto, representó luchar en contra de mis miedos para decir te acepto, me decido, me arriesgo. Con nosotros, lo que llegó a convencerme plenamente, fue una promesa —tan sincera y directa—, que él me hizo aquella noche de invierno. Prometo que, si no podemos seguir juntos, en mí siempre encontrarás a tu amigo. Por mí, nada cambiará…
Le creí, fielmente, cada palabra que me dijo; sus ojos me mostraron una completa sinceridad, que crecía en su interior como grandes llamas que ardían en su mente. Le creí.


miércoles, 1 de mayo de 2013

Luka Sulic

LUKA SULIC:




Momentos.

Estos deliciosos momentos en que me encierro en mis pensamientos, mis cavilaciones.
Estos deliciosos minutos y estas exquisitas horas en las que no escucho nada más que el latir de mi corazón y el sentir de mi alma.
La magia de la música, la verdad de las palabras. La sobriedad del café y la dulzura de la respiración.
Estos deliciosos momentos en que me encierro en  mi mundo de palabras y música.

Matrimonio igualitario, II


...
Es, entonces, ante este panorama de colisión, entre el derecho de exigir un mayor reconocimiento, como exigir un conservadurismo extremo; que nos damos cuenta que esta cuestión no será decidida a través de posturas y las diversas manifestaciones sociales; sino que, únicamente se alcanzará a través del mecanismo idóneo para regular una expresión de la realidad humana, dentro de las sociedades actuales.
Socialmente, no se trata de establecer si un grupo está equivocado o no; no se trata de evidenciar la falta de pensamiento de un lado o el excesivo liberalismo y distorciones que el otro realiza; no se trata de determinar que la derecha religiosa y conservadora debe prevalecer o que la izquierda desinteresada de las tradiciones y constante reformadora de realidades, subsista sobre toda señal de permanencia.
Este tema, por estas cuestiones, debe ser sometido al control de la ley; a la manifestación de las normas jurídicas a efecto de que regulen las conductas humanas, en cualquiera de sus representaciones.
Resulta necesario, por lo tanto, que el Estado intervenga a efecto de regular la práctica —como se dijo— reiterada que llevan día a día las parejas de hombres o mujeres. Es innegable que, el matrimonio es una institución —no un contrato— cultural y jurídicamente compuesto entre dos personas de diferentes sexos (al menos analizado en su concepción tradicional); sin embargo, la evolución social, generada en los niveles individuales y reflejada a nivel grupal, nos lleva a romper paradigmas que han estado presentes con el paso de los años. Nadie cuestiona ahora el derecho al voto de las mujeres, o su derecho a trabajar; pero eran realidades no permitidas, repudiadas, e incluso sancionadas, hace sesenta, setenta u ochenta años.
¿Por qué no podemos aceptar, entonces, que la realidad es otra? ¿Por qué nos cuesta trabajo entender que las estructuras sociales —y las construcciones que no son generadas por seres superiores de rayos, fuego o con coronas de espinas; sino por los hombres y mujeres que habitamos el planeta—, las manifestaciones humanas, cambian?
¿Somos tan ajenos a nuestro propio desarrollo, evolución y logros, que todavía acudimos a aquellos dueños de los rayos y el fuego para atribuirles la culpa o la gloria de lo que sucede en nuestra tierra, en nuestras ciudades, en nuestro mundo? Las estructuras e instituciones cambian, no permanecen estáticas, porque la sociedad —quien les da vida— no permanece estática.
Entonces, aceptamos que las cosas ya no son las mismas, los “adultos” siempre dicen, y son los primeros que parecen no ajustarse a ese cambio constante —con sus honrosas excepciones—.
Aceptamos que, el matrimonio es un concepto jurídico y que, como tal, está diseñado a brindar protección a los miembros de la sociedad. Pues, una cosa es innegable, todos formamos parte del grupo social, les guste a algunos o les desagrade a otros.
Aceptamos, además, que la familia —término amplísimo y sumamente viejo— no es la base del matrimonio, pues aquella ni siquiera se encuentra definida jurídicamente en ningún ordenamiento (contrario al matrimonio). No encontramos una definición contundente de lo que es la familia, pues es claro que no debemos atender a realidades nominales, sino a un conocimiento relativo de la existencia individual y colectiva, en un tiempo determinado; y, si en base a este razonamiento, la familia homoparental comienza a manifestarse abiertamente, ésta resulta necesaria de protección estatal, por medio del orden jurídico.
Sepamos los fines del matrimonio.
No partimos de la mera reproducción, pues eso denigraría la propia institución a que hacemos referencia a una fábrica de personas, a una producción programada y robótica de la raza humana.
Los fines son muchos más que la sola función reproductiva, pues diríamos entonces que si no somos fértiles o simplemente no deseamos tener descendencia, no estaríamos autorizados para casarnos —no importa que se hable de un hombre y una mujer—. Se debe procurar el apoyo, la ayuda, la compañía… el amor.
Mezclamos ya cuestiones jurídicas y filosóficas, pero atendemos concretamente a las primeras. La igualdad y la libertad, de las cuales somos receptores por nuestra propia naturaleza de humanos, pensantes y como entes meramente sociales, dotados de dignidad; que deben ser garantizadas por el Estado, a través de sus ordenamientos jurídicos. No es posible permanecer por siempre en el discurso social, pues —como ya se dijo— caeríamos en un choque de fuerzas, ambas con posturas importantes y valiosas, y así llegaríamos al subjetivismo en donde cualquier manifestación humana sería correcta y en donde el orden sería sustituido por el caos socialmente aceptado.
Se requiere entonces una respuesta estatal, a fin de regular las realidades que se manifiestan; y esta regulación atenderá —o debiera atender— de manera positiva al grupo que en determinado momento aún es considerado como vulnerable, en términos jurídicos, y con un marco normativo de carácter internacional, según la Declaración Universal de Derechos Humanos.
Es por estas cuestiones, incluso para salvaguardad derechos internacionalmente reconocidos como inherentes a los seres humanos (que el Estado mexicano está comprometido a reconocer y respetar), que se requiere una efectiva libertad encaminada a dar protección y seguridad jurídica a todos los hombres y mujeres; esto, a fin de dar un paso más hacia un estado de verdadera igualdad y plena tolerancia, dentro de las sociedades del mundo.

Matrimonio igualitario, I


Imaginé que lo tomaba de la mano, lo veía directamente a los ojos y ambos sonreíamos al tiempo en que alcanzábamos a comprender todo lo que sucedía a nuestro alrededor.
Su rostro demostraba una felicidad pura y sincera; mis emociones, emanadas de mi corazón, también dejaron ver la satisfacción que me generaba —y, también, el propio miedo— el estar ahí de pie, ese día, frente a él.
Ambos vestíamos de negro, camisas blancas y corbatas; todos nos observaban, todos sonreían con nosotros, soñaban junto con nosotros y dejaban ver la maravilla de la ilusión, cuando te unes en matrimonio con otra persona.
Siento la maravilla del amor, la emoción del día, la magnificencia del acto que celebrábamos en ese momento. No éramos un par de pervertidos, ni enfermos; éramos dos personas que querían pasar el resto de su vida juntos, como muchos otros que nos señalaron y rechazaron.
Fragmento del autor.

Somos humanos, llevamos a cabo actos humanos (e inhumanos); y resulta sencillo entender que privar de la vida a una persona, violentar la libertad sexual de otra, y muchos más ejemplos, son actos que atentan en contra de la dignidad humana. Pero, nos resulta difícil, entender que los actos muchas veces más comunes y cotidianos, también representan ese odio en contra del prójimo.
Me resultó nefasto enterarme, en días pasados, que dirigentes de la iglesia católica dentro del Estado de Chihuahua, solicitaban a sus seguidores una muestra de “apoyo”, “opinión” y “compromiso” con la iglesia de Cristo; esto, a efecto de recabar firmas (que supongo con posterioridad serían enviadas al cuerpo legislativo local) de todos aquellos que se opusieran a la celebración del matrimonio entre personas del mismo sexo y que mantuvieran la postura de que éste no debe celebrarse dentro de una sociedad (laica, por cierto).
En una primera aproximación, esta solicitud pudiera ser considerada como un símbolo de unidad dentro del grupo religioso; sin embargo, reviste características verdaderamente preocupantes, pues en representan verdaderos actos de discriminación, que atentan en contra de la dignidad, con la que todos los seres humanos somos investidos desde (antes) de nuestro nacimiento.
Dentro de las cavilaciones que se me permiten como ser pensante, entiendo que las posturas que son generadas dentro de un grupo social, son motivadas precisamente por acciones de sus propios integrantes; entiendo, también, que los derechos de expresión y petición al Estado, son inherentes a todos dentro de la colectividad. Sin embargo, resulta urgente atender a un Estado laico, en donde las reformas sociales y aquellas regulaciones de naturaleza colectiva, sean motivadas por reflexiones y análisis concretos, objetivos, con base en la realidad y en su manifestación, y que vayan encaminadas a brindar la máxima protección posible a los individuos involucrados en éstas.
Dichas políticas estatales no deben tener como base los criterios religiosos que parten de dogmatismos absurdos y ya por mucho superados (o, contrario sensu, atender a las opiniones de todas las instituciones religiosas; sin importar su nombre y no solamente a una de ellas, que curiosamente resulta ser la que más presencia tiene en nuestro país).
Es trascendental que las instituciones religiosas entiendan el alcance de su actuar; pero, aún más importante, es que el propio Estado comprenda que una postura de esta naturaleza puede ser usada meramente como referente, como una opinión al respecto de una realidad vista desde un punto de vista para nada objetivo y completamente parcial; jamás como un factor determinante a efecto de lograr reformas colectivas, cuya finalidad es el bienestar social.
El miedo a las consecuencias de permitir el matrimonio entre parejas conformadas por personas del mismo sexo (matrimonio igualitario), resulta ser, a nuestra percepción, el elemento más fuerte para rechazar un necesario reconocimiento y negar la protección de hechos que, de facto, ocurren dentro de los grupos sociales —en ocasiones más comúnmente que otras—.
La incertidumbre del futuro, con creencias arraigadas en días pasados, en épocas ya por mucho superadas; suele ser lo que en múltiples ocasiones llevan a hacer manifestaciones contrarias a un Estado de igualdad y libertad, como el que se suscitó en silencio dentro de las instituciones religiosas.
Creencias y suposiciones basadas en el desconocimiento de estos temas, pudieran ser fácilmente desechadas; sin embargo, cuando éstas se presentan en forma reiterada, llegan a tomar magnitudes alarmantes, incluso con características similares a las patologías que desalmadamente atacan y destruyen las bases de cada ser humano, y de cada sociedad. Así, percibimos que la ignorancia puede llegar a representar un verdadero pandemonio, y es ésta la que eventualmente terminará con la cordura social, no aquellos que se aferran en recibir igual trato e iguales oportunidades; hasta grado tal de terminar con la realidad (utópica) a la que toda sociedad debiera aspirar: una convivencia en términos de verdadera igualdad y libertad; a través de una efectiva tolerancia, al respeto de los demás miembros activos del grupo social.
No se trata de una cuestión personal, que se constriñe al sentir o pensar de una sola persona, puesto que no somos entes singulares o aislados, dado que nos desarrollamos dentro de las múltiples estructuras sociales, en donde se presentan estas realidades y manifestaciones con el transcurrir de los individuos.
Tampoco resulta simple establecer que las reiteradas manifestaciones de discriminación y —concretamente— de homofobia, como un rechazo a las oportunidades jurídicas y humanas de cada persona, deban de ser descartadas en pro de los principios de igualdad y libertad. Es decir, no por buscar estos ideales, debemos desdeñar las posturas detractoras, pues éstas tienen, seguramente, su motivación y justificación.
No podemos olvidar que, tanto el hecho de solicitar una libertad para ejercer derechos civiles a cada persona, como su respectivo rechazo; son, ambas, manifestaciones de la propia naturaleza humana. Tanto la exigencia de una libertad e igualdad, como la oposición a este grito de atención, corresponden a una realidad social y a meras manifestaciones del desarrollo de la conciencia humana. Empero, debemos evitar caer al subjetivismo.