Resulta perturbador y desconcertante despertar al lado de la persona que amas, después de una noche de fiesta y diversión con amigos, tomar el celular y abrir las redes sociales, sin importar cuál --Twitter, Facebook, tumblr, Instagram-- y enterarte de semejante tragedia que ocurrió apenas unas horas atrás; mientras nosotros tomábamos y festejábamos, otros sufrían y huían aterrados, envueltos en un caos que parecía no tener fin.
Padres, hermanos y parejas dormían tranquilos, despreocupados, mientras sus seres queridos salían a divertirse, beber, bailar, coquetear, disfrutar de la vida entre sonrisas y música; mientras nosotros regresábamos a casa, unidos por un afectuoso abrazo, mientras abríamos la cama para dormir, los gritos y el llanto se apoderaban de las calles de alguna ciudad en este mundo. La sangre en el piso, el aroma a pólvora, los sonidos lastimeros y todo lo que las películas nos dicen que sucede, pero eso no era una producción, no había créditos al final, no había director ni actor principal, ni efectos especiales. Aquello era real, aquello era terrible; era una tragedia sin sentido.
A lo largo del día he pensado en la noticia, la he leído gracias a la impresionante difusión que aportan las redes sociales, y no me queda más que admitir que me he quedado sin palabras al respecto.
En ocasiones anteriores, ante acontecimientos de esta naturaleza, en países consumidos por la guerra o que han sido objetivo de ataques a poblaciones civiles, el pensamiento que me hacía avanzar era en esperar que fuera lo último que sucediera. Algo tienen que hacer los gobiernos, algo deben hacer los líderes mundiales para frenar esta locura (atentado contra la propia humanidad); muchos quedábamos en espera de que alguien hiciera algo, pero jamás sucedía, se veían represalias, un enfrentamiento aún mayor y, de nuevo, velas encendidas en vigilias, rostros bañados en lágrimas y muchos arreglos de flores.
El día de hoy fue diferente. Me percaté de que esto no va a terminar, y todavía más alarmante, que no hablamos de blancos militares, no son campamentos estratégicos en algún terreno en conflicto; hablamos de nuestros parques, nuestros bares, nuestros lugares de recreo. Durante todo el día tuve en mi mente un sentimiento de contradicción que radicaba en el estandarte de la religión --cualquiera que ésta sea--; no dejaba de preguntarme cómo es posible un pensamiento tan repulsivo de odio hacia los semejantes.
Particularmente, dejé de considerarme un hombre creyente y dejé de profesar una corriente religiosa determinada hace ya unos cinco años; dejé de encontrarle sentido a continuar dentro de una doctrina que tendía a estigmatizar(me), así que simplemente me declaré ajeno a todo ello. El doble discurso terminó por enfermarme hasta la médula, sin oportunidad de decisión; sin oportunidad de pensar distinto, sin un solo momento de reflexión particular. No soy partidario de acarrear niños a las interminables filas de producción masiva que son las iglesias; no logro comprender los supuestos mensajes de amor y paz, que en realidad lo que generan son ideas equivocadas en la mente de una --o miles-- de personas.
¿Dónde están ahora quienes lanzan oraciones por "la familia natural" al enterarse de la muerte de los hijos, de los hermanos, de los primos, los sobrinos, los tíos, amigos, compañeros; de todos esos hombres y mujeres que estudian o trabajan y que lo único que hicieron fue querer algo distinto? ¿Dónde están aquellos que se manifiestan con cruces doradas en el pecho para pedir restricciones a una calidad de vida que se pretende sea generalizada? Es impresionante lo fácil que es organizar marchas frente a órganos legislativos para prohibir el matrimonio entre dos hombres o dos mujeres, pero no se observan unidos ante el dolor del ser humano (prójimo) por la pérdida de sus seres queridos; la realidad comienza a parecerme un experimento bizarro de control y destrucción; llegar al extremo de preferir y poner por encima de todo lo demás, vidas animales que humanas...
Permanecemos unidos, debemos continuar con las exigencias de aquello a lo que tenemos derecho, entre otras cosas la seguridad y tranquilidad que el Estado debe garantizar a cada uno de sus integrantes, sin importar sus condiciones particulares. Debemos permanecer unidos, al lado los unos de los otros para sentirnos orgullosos de lo que somos y lo que hemos llegado a ser.
Somos doctores, abogados, maestros, pintores, escritores, actores, cantantes; somos científicos, somos filósofos, somos padres y madres que desean dar la cara ante el mundo. Somos personas que anhelamos caminar tomados de la mano de quien deseemos; somos mujeres que decidieron no tener hijos, somos hombres que tienen hijos; somos empresarios y políticos, policías y militares.
Pero también somos ellos que son guiados ciegamente por lineamientos fundamentalistas que nos piden acribillar a quienes piensen-sean-hablen diferente a nosotros; podemos llegar a ser los que juzgan, los que lapidan, los que decapitan. Sin darnos cuenta, de no reparar en un individualismo moderado, perderemos de vista que la igualdad existe y que radica, precisamente, en las diferencias entre cada ser humano.
Los hombres habitamos este mundo, mas no somos nada mejor que el lobo que destroza a su presa... para alimentarse; ¿para qué cazamos nosotros? ¿Para qué destazamos, para qué mutilamos?
Permanezcamos de pie, en este mes del orgullo y cada mes después de este sombrío junio; levantémonos por encima de las circunstancias y demos ejemplo de la entereza y la fuerza que poseemos como comunidad; si alguien ha de hacer algo, que seamos nosotros quienes por el camino del diálogo y la razón --desprovista ésta de ideas radicales, sino fortalecida de principios humanistas, carente de figuras teológicas-- defendamos nuestros ideales, nuestra forma de vida y nuestra propia existencia.
En años pasados fueron las mujeres, las personas de de ascendencia africana y antes los judíos, ¿ahora seguimos nosotros? Despertemos a la realidad, no todo inició con masacres indiscriminadas y aisladas, todo inició con mensajes de odio, de intolerancia, de rechazo, guiadas por el pseudo discurso religioso basado en una idea de supremacía, no de igualdad.
En la madrugada de hoy el mundo fue testigo del resultado del sentimiento (fanático) religioso que ocasionó una tragedia sin sentido, igual que tantas otras de similar naturaleza. ¿Hasta cuándo habremos de soportar esto, hasta que cada color del arco iris se haya opacado y no quede más que un manto negro?
No hay comentarios:
Publicar un comentario