—Ojalá que no llueva hoy —dijo el ángel
más joven, mientras caminaba justo a mitad de la avenida, atestada de personas
a pie y en bicicletas.
—¿Pero por qué? ¿Qué hay
de malo con sentir la deliciosa lluvia?
El otro rostro del otro
ángel demostraba una genuina confusión. Intentaba, en su mente, dilucidar el sentido
del comentario de su bello acompañante.
—Nada de malo hay, definitivamente.
Mas no quisiera que lloviera… —la noche era fresca, hacía viento y los
frondosos árboles se movían conforme eran acariciados por invisibles manos; el
cielo se pintaba de rojo, por la capa de nubes que se acomodaban en su lugar
para soltar su húmeda carga, nada de malo había en que comenzara a llover,
definitivamente.
El semblante de aquél
ser era cada vez más humano, y su eterno compañero lo había comenzado a notar.
Esto le preocupaba, significaba que llegaría el momento en que no podría
identificar su mundo del humano, sus enormes alas de poco le servirían pues desaparecerían
ante sus ojos. Su maravillosa fuerza se extinguiría.
«Simplemente, quisiera
que no lloviera. Mis ropas pesan más cuando están mojadas, mis hombros se
cansan con mayor facilidad y mi espalda parece vacilar. Mis pasos no son
certeros, a pesar de llevar ya tiempo caminando sobre senderos imposibles. Mi
piel se torna fría y la visión se me nubla.
«Cada gota incrementa mi
dolor, y mi confusión. Siento todas y cada una de ellas, mas ninguna al mismo
tiempo. Me abruma su salpiqueo sobre la piedra, su ruido.
A lo lejos unas venas
blancas se encendían en el cielo, entre las nubes. Y después, para aumentar la
tortura que resentía su ser, las primeras gotas tocaron su cabello, seguidas
por otras que se impregnaron en sus ropas; para que, al cabo de ciertos momentos,
los ángeles caminaran completamente mojados, con sus alas brillosas cual pelaje
de animal.
En su mente estaba
grabado su nombre, con vivas lenguas de fuego; entonces, el ángel abandonó la
plegaria que había justificado anteriormente, pues en su lugar albergó un
pensamiento distinto, un profundo agradecimiento.
Gracias
porque llueve, pues así, mi llanto no se observa.
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