Hace
ya tiempo que no me doy la oportunidad de sentarme y escribir, por lo menos
algunas cuantas líneas.
Últimamente
he tenido mi mente en muchos otros lugares, menos en los que más quisiera; el
trabajo en la oficina se vuelve cada vez más demandante, llega mucho y muy
seguido; lo que ha ocasionado que deje de lado entretenimientos que
anteriormente me brindaban una gran satisfacción (y una enorme sonrisa).
He
estado estresado últimamente, agobiado y cansado por la carga de trabajo que
tenemos; pues, a pesar de que hay días en que solamente entro a dos o tres
audiencias, otros, como hoy, debo llevar a cabo cinco o seis. Pudiera no
parecer gran cosa (y hay veces en que así quiero convencerme de que solamente
es una jornada de seis horas), pero mi cuerpo me dice ya otra cosa
completamente diferente.
Han
sido días un tanto caóticos, entre mi búsqueda de tiempo para descansar y
distraerme y mi imposibilidad de
relajarme cuando por fin me llegan esas tardes o mañanas libres. Por una
extraña razón, atravieso por ciertos períodos en los que me es muy difícil
tener un sueño placentero y recuperador (en otras ocasiones, simplemente cierro
los ojos y no despierto hasta la mañana siguiente); las tardes vuelan y aquello
que antes solía hacer (la fotografía, la escritura, la meditación…) parecen pasatiempos
de juventud, que hace ya años se han
alejado de mí; pero, después llega la contradicción, aún estoy en esos años de
juventud en los que debiera permitirme hacer aquello que deseo.
En
no pocas ocasiones he pensado para mis adentros: ¿no era maravilloso cuando mi única preocupación era el examen final
que se acercaba?
Desconozco
cuál sea el motivo de esta inestabilidad… sinceramente.
Siento
que el control de mis días y mis noches se escapa de mis manos, tengo la
constante incertidumbre de si llegará el momento en que pueda retomar la pluma
o el lente; y, sin embargo, tengo esa cancerosa sensación de que el tiempo pasa
a mi lado, y los avances de los proyectos de vida pasan a segundos, terceros,
cuartos y quintos términos.
Letras,
imágenes, suspiros y añoranzas; todas amotinadas dentro de un cofre dorado que
es enterrado debajo de kilos de realidad y lluvia gris.
Una
realidad desmoralizadora, viciada, sofocada; un constante grito debajo de un
interminable océano, como si viviera en un mundo de nada más que sombras, con
corbatas, sacos, tacones, sombra de ojos, lociones (las mejores lociones) y
cero interés por la lógica humana; ninguna preocupación por la realidad del
hermano, del prójimo.
Una
realidad cubierta por falsas promesas; donde ese cofre dorado, contenedor de la
riqueza espiritual, humana, filial, erótica, se ve cada vez más lejos del
alcance del hombre común.
Pero
una realidad, a fin de cuentas.
2 comentarios:
Wow a mi también me ha sorprendido la similitud de nuestras entradas amigo. Es verdad, nuestra generación a pesar de que dicen que somos unos automatas insensibles en realidad es una generación que tiene anhelos sepultados por la realidad. Esa realidad cargada de trabajo, competitividad y globalización. Todos estamos pasando por ese sentimiento de enfado, quizás es nuestra alma sensible al arte, la espiritualidad y el amor, negándose a desaparecer en el caos social que nos envuelve... tu qué opinas??
"Anhelos sepultados por la realidad."
No lo pude haber dicho mejor; nuestra ilusión de superarnos de pronto se enfrenta a una pared de más que solo ladrillos.
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