La caricia de la noche
resultaba sumamente placentera. El viento fresco de verano refrescaba la piel
sudada de todos los que nos encontrábamos ahí.
De pronto, y sin
pensarlo siquiera, el delicioso, seductor, enigmático e increíblemente erótico
ritmo del tango se escuchó en todos los rincones de aquel lugar. Como un grito
en la oscuridad del alma, desvié mi mirada para observarlo atentamente.
Envuelto en sombras y
luces rojas, mantenía una postura inquebrantable, firme y poderosa; así que,
fue entonces cuando accedí a mis más primitivos deseos, me levanté del banco,
tomé lo último que quedaba de mi copa y me dirigí hasta donde él se encontraba…
sin pensarlo, le extendí la mano derecha.
No lo pensé con
anterioridad, ni siquiera reparé en su reacción, hasta que me encontraba de pie
frente a él. Entonces me pasó por la mente todo tipo de cosas… pero ¿qué
importaba?
¿Qué importaba el mundo
y sus ojos escrutiñadores?
Era hermoso, la música
era hermosa. No había mejor mezcla que esa.
Con una sonrisa, me tomó
de la mano y se levantó. Dejó su bebida de lado y caminamos hasta el centro de
la pista, justo debajo del rayo de luz que enmarcaba nuestros movimientos
coordinados y armónicos.
No fue necesario cruzar
palabra alguna, todo lo que tenía que decirme y todo lo que yo deseaba decirle,
lo hicimos mediante nuestra vista, fijamente clavada en nuestros rostros.
Nos deslizamos por toda
la pista, avanzamos entre otras parejas que se dedicaban a simplemente imitar y
tratar de alcanzar —patéticamente— nuestra perfección; avanzamos con anhelos y
preguntas que no tenían por qué ser respondidas en esos momentos. En ese instante,
lo único que importaba era que debíamos permanecer juntos, con nuestras manos
entrelazadas viéndonos fijamente y moviéndonos al ritmo de las notas de aquella
hermosa música argentina.
2 comentarios:
Así se baila el tango...
Deberíamos intentarlo en alguna ocasión...
Te amo!
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