Hoy
regreso después de una larga y pesada semana. ¿Cómo puedo describir todo lo
ocurrido en estos siete días que pasaron? ¿Qué puedo decir? El trabajo se acumuló. Tuve muchos proyectos
(“pendientes” les digo yo), muchas
cosas que hacer.
Algunos
ya hacía tiempo que los había comenzado, otros fueron de improviso y debían
completarse el fin de semana. Pues bueno, mi semana estuvo bastante ajetreada. Empezando
por el hecho de que hace una semana despedíamos a la última abuela que nos
quedaba en la familia. Que, por cierto, agradezco a todos los que estuvieron
presentes en esos momentos (y que seguirán con nosotros). Hoy por mí, mañana… pues es cierto, mañana será por ustedes y de
antemano les digo contarán con nosotros.
Lunes,
martes e incluso miércoles. Gracias a todos por el apoyo que nos brindaron, por
esos abrazos y apretones de manos. Gracias por los besos y las palabras de
tranquilidad que compartieron con nosotros.
Para
el fin de semana el trabajo verdaderamente se me acumuló en cuanto a cuestiones
de redacción y revisión de trabajos. Me tomó toda la mañana del viernes
completar una historia que envié a concursar en la antología de las
publicaciones homoeróticas 2011, que se publica en España. Ahora, solo me resta
esperar alguna respuesta de los editores.
Para
el sábado, prácticamente todo el día, revisé trabajos de mis alumnos. Hasta que
el cansancio o el tedio me vencieron y decidí alejarme un poco de mis
obligaciones para relajarme y dejar atrás el estrés acumulado en esos días.
Simplemente digamos que concluimos, Thad y yo, con una rica cena de calle (hot-dogs) y una entretenida película de
fin de semana.
Para
el domingo terminé la revisión a vapor de un trabajo de investigación que me
encomendaron. Afortunadamente la autora es buena en el tema, lo conoce y lo
domina, y en cuanto a las observaciones de la redacción, se puede decir que
fueron mínimas. La revisión total me tomó alrededor de una hora y concluí con
unas cuantas recomendaciones en cuanto a la presentación del trabajo, ya que de
fondo no podía adentrarme tanto en el tema ya que, a pesar de ser uno que
conozco, no me considero una persona impuesta de esos asuntos así que
simplemente me limité a hacer correcciones de forma.
Ahora
entiendo a aquellos que se dedican a la estupenda tarea de editar escritos… me
quito el sombrero ante ellos. ¡Eva Bartlen, mis respetos!
Pues
en esto podría resumir mi semana, sin la necesidad de caer en particularidades
que propiamente no vendrían al caso en este espacio.
Sin
embargo, algo peculiar me sucedió hace justo una hora y media —aproximadamente—.
Estaba en cierto lugar de esta ciudad, como a eso de las nueve de la mañana, con
el firme propósito de reincorporarme a las rutinas físicas. Comencé con una
ligera caminata y después correr por unos cinco minutos. Continué con abdominales
y push-ups para después pasar a una
corta sesión de meditación. Hacía tiempo que no lo hacía, de hecho me costó
bastante trabajo concentrarme en un principio, supongo que el alma y la mente
también pierden su condición conforme dejas de realizar las actividades a las
que las tenías acostumbradas.
Pues
bien, me senté en el pasto, junto a un gran árbol, me quité los audífonos de
mis oídos y me concentré en cerrar mis ojos y escuchar todos los ruidos que
nacían a mi alrededor. Capté el ruido de los autos, el de algunas bombas o
depósitos de la alberca olímpica que estaban a mi lado derecho. Capté el canto
de las aves y las risas de algunos niños que jugaban con un perro. Me concentré,
primero, en esos ruidos que comúnmente nos pasan desapercibidos.
Después,
sin embargo, me dediqué en reflexionar sobre lo que quiero hacer en estos
momentos. Pensé en lo que en verdad deseo hacer con mi tiempo. De entrada
descarté las horas de oficina, por obvias razones. Sin embargo pensé en esos
momentos que tengo para mí, esas horas o quizás solo minutos que egoístamente
no comparto con alguien más. Esas horas en las que tal vez estoy recostado en
mi cama esperando caer en un profundo sueño, o los minutos en los que espero
avanzar en la fila del banco. Ese tiempo en el que estoy solo con mis
pensamientos.
Quiero escribir, me dije en cuanto pregunté ¿Qué
quieres hacer?
Quiero
escribir. Dedicarme a escribir, ya sea con pluma de ave o bolígrafo, o en
computadora, no importa cómo, dónde o cuándo. Lo que importa es que comience a
escribir lo que viva y piense. Sin embargo, la primera reacción ante tal
descubrimiento fue limitarme con las restricciones del tiempo. No tengo tiempo. A lo cual, simplemente
abrí mis ojos, respiré profundamente y antes de levantarme y caminar, me dije:
Debes
darte el tiempo.
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