(¿Por qué escribo cada palabra entrecomillada? Supongo que porque de esa manera respetamos el concepto que cada persona les da a las palabras, así... dejamos en claro que no hay un concepto claro de cada una de ellas)
En esta ocasión, debido a una tarea en la especialidad que me encuentro cursando, me topé con cierto texto de ética, y que me gustó por diversas cuestiones. Les dejo lo que escribí al respecto:
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“´¿Dónde puedo ser de más ayuda para reducir el dolor y el sufrimiento del universo?´”
Mientras me adentraba en la lectura, esta frase captó inmediatamente mi atención. Intenté imaginarme a mí mismo en algún lugar en el que pudiera ser de más ayuda para todos los que me rodean e incluso para mi propio mundo, y así reducir el dolor y sufrimiento del universo.
En primer término, me visualicé en algún lugar de África, donde la desnutrición en niños es un factor que se ve ―y se teme― todos los días. Tal vez pudiera ayudar a organizaciones de nivel mundial a luchar contra el calentamiento global y la destrucción de bosques o el derretimiento de los polos.
Imaginé que quizás pudiera asistir a pláticas y conferencias, o enlistarme en asociaciones en pro de los derechos humanos.
Sin embargo, mientras continuaba con las páginas y los párrafos se albergaban en mi memoria, comprendí que los cambios radicales no comienzan con hazañas igualmente radicales. Quizás es una afirmación por muchos conocida, pero definitivamente por pocos valorada. Los grandes cambios, los cambios importantes, comienzan con cosas tan pequeñas como aquella frase que reza: Tuve un sueño…, o quizás otra con un significado más nacionalista o de identidad como: no te preguntes qué puede hacer tu país por ti, pregúntate qué puedes hacer por tu país.
Las cuestiones éticas en nuestra vida, en un diario existir y convivir, nos llevan a imaginarnos ―en un primer plano― conductas de negación, de tortura auto-infligida al rechazar las ventajas que el mundo moderno en el que vivimos nos ofrece; el pensar en la ética en nuestra vida, inmediatamente nos lleva a imaginar una existencia en la que no debemos “caer” en las dulces tentaciones del mundo. No debemos contar con aparatos eléctricos ―como computadoras, televisores u hornos de microondas―, porque manifestamos públicamente nuestro descontento con el calentamiento global.
No consumir carne animal, porque estamos en contra de la tortura o el asesinato de bestias de la naturaleza.
Sin embargo, el hablar de ética en la vida del ser humano, según llegué a concluir, nos dice que debemos seguir nuestras ideas ―e ideales― y convicciones que nos dejen un mejor ser y estar para las criaturas del planeta.
Con todo esto, es importante destacar, no me refiero a cuestiones utópicas o realidades imposibles de alcanzar; difíciles de lograr, claro, pero no imposibles.
Seamos coherentes, veamos el mundo como lo que es: un lugar en el que todos convivimos (en ocasiones en mayor armonía que en otras) y del cual todos somos parte. Humanos, animales, niños, ancianos, hombres, mujeres. Heterosexuales, homosexuales; la dignidad humana no responde a etiquetas ni códigos de barras, sino que es nuestra propia “necedad” ―discúlpeseme el término, ya que no encuentro uno mejor― la que nos orilla a clasificar en bueno, malo, detestable o excelente, a un ser humano y no una acción de éste.
Soy de la opinión que el actuar con ética, repercute de una manera tan positiva en las expectativas del hombre, y sobre todo en la visión que éste tiene de su medio ambiente y del mundo que lo rodea, que poco a poco comienza a contagiar a los demás seres que comparten con él los días y las noches.
El actuar con ética representa mucho más que una coherencia en creencias y acciones, ya que nos lleva a alcanzar nuestro mejoramiento y obtener nuestro bienestar para de esta manera dejarle al mundo una mejor sociedad, consciente de sus necesidades y limitaciones, orgullosa de sus logros alcanzados.
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