Cuando llegaron al lugar, se sorprendieron al ver la casa en la que se iban a estar hospedando por tres días. Seguramente Nash se había equivocado de dirección, pero no podía ser, Nash nunca se equivocaba.
―Aquí tiene que ser – dijo mientras bajaba la última maleta del auto y cerraba la cajuela.
A Yadín no le pareció exactamente un hotel, más bien pensó en alguna posada que llevaba ahí siglos. Al menos, la fachada, era la apariencia que daba.
Por dentro, se sorprendió al ver que no era una casa que se estuviera cayendo a pedazos. Los pisos de madera estaban sumamente cuidados, los muebles estaban limpios y las luces encendidas. Había velas y lámparas de aceite (que aún funcionaban) y todo se entremezclaba con la tecnología del siglo veintiuno. Detrás del mostrador había una computadora de últimas generaciones y la señorita que los atendió les indicó que tenían excelente señal para recepción de teléfonos celulares, internet inalámbrico en todo el edificio y televisión satelital.
―Bueno, no esta tan mal – dijo la chica mientras subían por las escaleras hacia el primer piso, en donde estaba el elevador.
No era precisamente el Plaza de Nueva York, pero era agradable. Tal vez demasiado silencioso para un par de jóvenes de vacaciones, pero a fin de cuentas no llegarían al hotel más que para dormir así que el silencio sería bienvenido.
La casa parecía más bien algún lugar de retiro o veraneo para personas jubiladas o abuelos que querían alejarse de la tensión de sus hijos y nietos. Esto lo confirmaron cuando, al bajar al comedor después de instalarse, se encontraron con puras parejas mayores.
―Quiero ir a la playa – dijo Yadín cuando terminaron de comer. El día era perfecto para eso, había mucho sol y poca gente en el espacio de playa que tenía el hotel – te espero allá.
La muchacha quería salir corriendo a mojarse, le gustaba mucho el agua, y Nash se regresó a la habitación para cambiarse y después alcanzarla. En esas primeras horas del fin de semana, Yadín parecía haber olvidado por completo el problema con Aliste y eso hizo que su amigo se sintiera complacido. Nuevamente la había ayudado.
Tal vez fue el hecho de encontrarse lejos de su casa. Tal vez fue el estar con Nash en alguna playa y en un hotel que, a final de cuentas, parecía hotel para una luna de miel. Tal vez fueron todas esas circunstancias juntas las que hicieron que Yadín se preguntara si alguna vez había visto a Nash de esa manera.
Vio fijamente el cuerpo del muchacho y – todavía era el mismo, todavía tenía las mismas facciones y las mismas proporciones – le pareció totalmente extraño. Como si nunca lo hubiera visto.
El sol iluminaba su piel trigueña. Cuando se quitó la playera, antes de entrar al mar junto con ella, captó inmediatamente su vista.
No era como su hermano, lo cual fue un gran alivio. Lo último que quería era recordar el cuerpo de Aliste, pero tenía el abdomen firme y el pecho marcado. El cabello era de un color oscuro que hacía juego con sus ojos. Sus piernas eran fuertes, tal vez no era un roble – como Aliste – pero era un pino. Fuerte y fino.
Yadín no pudo desviar su mirada mientras el chico avanzaba hacia ella. El agua le cubrió las piernas, y llegó a su cadera. El corazón de la chica comenzó a latir con fuerza y fue ahí cuando se preguntó si esa era la intención de Nash. Se preguntó si todo había sido un truco para poder hacer que olvidara por fin a Aliste. Inmediatamente se contestó que no era el caso y que no había sido para eso porque había insistido tanto en hacer el viaje.
Lo que hizo Nash le dijo que, al final de cuentas, solo quería pasar un buen tiempo con su amiga.
Para intentar despertarla de su trance le lanzó agua a la cara con un grito de ¡despierta! Y una risa sumamente divertida.
―¿Qué te pasa? Te quedaste como que en otro mundo.
―N-no, nada. Te estaba esperando.
―Pues vamos. No venimos hasta acá para jugar en la orilla ¿o sí?
Nash se sumergió y salió unos cuantos metros más adentro, pasó por debajo de una ola que estaba llegando y le gritó a su amiga que lo siguiera. Con una sonrisa Yadín pensó que nunca podría estar de esa manera con ninguno de los dos gemelos, pero se dijo que era mejor estar con Nash, con su amigo Nash, que con Aliste.
El resto del día, Nash pareció desaparecer totalmente. Regreso rápido, había dicho mientras cerraba la puerta del cuarto, aprovechando que Yadín salía del baño después de bañarse y quitarse la arena y el agua salada.
Después de los primeros cuarenta minutos la chica decidió no seguir esperándolo y bajó de nuevo a la playa. Caminó un momento disfrutando el roce de la arena con sus pies y, justo cuando el sol se estaba poniendo, se dirigió al malecón para llegar a algún café donde pudiera sentarse y esperar a Nash.
Quería llamarlo para ver qué le había sucedido o dónde estaba, pero sabía que su amigo era un tanto extraño. Aunque estuvieran juntos, siempre disfrutaba de su propio tiempo de soledad. Una conducta algo inusual, considerando que el chico era de por sí solitario.
Se sentó en una pequeña silla de bamboo, con un tejido que parecía ser paja exquisitamente trabajada. La mesa era de madera y sobre ella bailaba una pequeña flama de colores amarillo y naranja que crecía de una vela blanca. Un pequeño menú estaba a su disposición, lo sostuvo por unos minutos frente a ella y cuando el mesero – un chico atractivo con un anillo plateado en su dedo pulgar y el cabello un tanto desordenado – se acercó pidió su latte vainilla y una rebanada de pastel de chocolate con frambuesas.
Cuando el muchacho se retiró, tomó su teléfono celular y marcó el número de Nash pero no contestó. Intentó de nuevo y de nuevo y después de cinco intentos y ninguna respuesta, llamó al hotel donde le solicitó a la recepcionista que la comunicara a su habitación. Después del, aparentemente, interminable tono intermitente de la llamada la chica volvió a contestar diciéndole que nadie contestaba y si deseaba dejar algún mensaje.
Yadín se enfocó en las luces amarillas que decoraban las columnas de la terraza del pequeño café, era un lugar agradable. Pequeño pero sumamente cómodo. Le hubiera gustado estar ahí con Nash – como era el plan – y no estarse preocupando por él y por lo que le pudo haber sucedido.
Pensó que era probable que algo le hubiera pasado. Sabía que Nash no era de los chicos que simplemente dejaba sola a su acompañante en algún lugar. Disfrutaba de sus tiempos a solas, pero no por todo un día. Ni siquiera cuando iban al cine le gustaba separarse de ella más de lo necesario, que siempre era para que alguno de los dos entrara al baño. La acompañaba a las tiendas de ropa – tenía un gusto impecable por la ropa y siempre tenía buenas elecciones – y la esperaba afuera de los vestidores.
¿Por qué me dejó? Se preguntó. Seguramente fue por algo. Algo le ocurrió.
Su mente no la dejaba tranquila y no podía seguir sentada tomando café y comiendo pastel sin su amigo, imaginándose cada cosa. Se acercó a pagar la cuenta para poder salir de ahí. Tenía que buscarlo y el primer lugar que pensó – aunque se había asegurado que no estaba ahí – fue su cuarto.
―¿Lo quieres para llevar? – le preguntó el mesero con una sonrisa.
En verdad era atractivo, parecía sencillo y divertido. De esas personas con las que podrías pasar horas conversando sobre cualquier tema y que te hacen sonreír con solo verlas. Pero Yadín no se fijó en esto. Estaba preocupada por otra persona que siempre la hacía sonreír. Nash.
[...]
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