Sphinx
―¿Entonces qué, vamos? – después de la plática que sostuvieron los dos en el balcón del departamento, Nash no dejó atrás la idea de salir de la ciudad. Estaba convencido que les hacía falta despejarse un poco.
Por lo menos a él, si le hacía falta salir y distraerse con otras cosas, ver rostros nuevos, gente distinta, además tenía algo de suma importancia que hacer y le pareció apropiado utilizar la oportunidad.
―¿Sigues con lo mismo? – preguntó Yadín con una risita distraída.
Nash no contestó sino que se enfocó en captar cualquier ruido al otro lado de la línea telefónica.
―No estás sola ¿verdad? No sabía que era un mal momento.
―No, no para nada. Estoy sola, bueno con Oscar.
―Dime que no cambiaste a mi hermano por tu perro. Porque sabes que es algo asqueroso, ¿verdad? Sin mencionar que a la gente puede molestarle.
―No seas estúpido – dijo la chica con el tono de diversión que ya estaba regresando a su voz – aunque bueno, debes admitir que al menos Oscar mueve la cola cuando me ve.
Nash no quiso darle entrada de nuevo a una plática depresiva sobre la ruptura de su amiga con su hermano. No podía seguir con ese teatro.
Había estado ahí para ayudar a su amiga a levantarse, a secarle las lágrimas, a escuchar todo lo que tenía que decir en contra de su propio hermano, pero ya se había cansado.
Cambió el tema rápidamente retomando la propuesta de salir de la ciudad por unos cuantos días.
―Pues la verdad sería agradable salir a la playa. ¿Qué te parece?
―Me parece perfecto, era justamente lo que te iba a sugerir.
La propuesta era factible. Vivían en una ciudad que estaba cuando mucho a seis horas de la playa así que no sería ningún problema.
Solamente debían afinar los detalles para su viaje, cosa que no les tomó mucho tiempo, y después llegaría un momento de tranquilidad a sus vidas.
Esa noche, en su habitación, Nash reservó por internet un pequeño lugar que se veía agradable. Tal vez no tan divertido, con bares y albercas, como un lujoso hotel pero tenía vista a la playa y las habitaciones se veían cómodas.
―Ya está todo… excepto-
―¿Excepto qué? – preguntó la muchacha.
―¿Te van a dejar ir?
―Definitivamente ese va a ser un gran problema, pero para eso te tengo a ti.
La chica bajó el tono de voz y comenzó a hablar en susurros. Su amigo entendió que no estaba sola pero necesitaba comunicarle su nuevo y bien trabajado plan.
«Lo que necesito que hagas, es que hables tú con mis papás y les digas que vamos a visitar a algún familiar tuyo. Diles que, obvio, nos vamos a quedar en casa de tu tía y que van tus papás y tu hermano-»
Yadín se contuvo y guardó silencio como si la hubieran interrumpido súbitamente.
«Bueno, tu hermano no… tal vez con que digas que vamos con tus papás a visitar a tu tía por el fin de semana».
―Claro. Solo con mis papás. Pues mira, vamos hoy al cine y aprovechamos para explicarles nuestro fin de semana familiar. ¿Te parece?
―Muy bien, ¿a qué hora te espero?
―Ya estoy afuera de tu casa – dijo Nash y colgó el teléfono.
Con Nash siempre era lo mismo. Yadín sabía que tenía que estar preparada para cualquier cosa o locura que se le llegara a ocurrir.
Su madre constantemente le decía que era muy sencillo para él y le preguntaba si sus padres no le decían algo o si, a caso, lo llegaban a castigar. Pero Yadín no sabía nada de los padres de Nash, los había visto solo un par de ocasiones y siempre parecía ser él solo en este inmenso mundo.
A pesar de todo, no era un chico problemático. No causaba disturbios ni acostumbraba emborracharse todos los días – aunque sí se permitía disfrutar ocasionalmente del fino alcohol de su casa – en ocasiones le parecía que Nash llevaba la vida que debían mantener los miembros de una familia real, sin preocupaciones y con muchas diversiones.
En seguidas ocasiones acostumbraba subirse a su auto y comenzar a manejar hasta que llegaran a perderse detrás del horizonte o hasta encontrar la gran olla de oro que había al final del arcoíris. Después regresaba a casa de Yadín y le platicaba todas sus aventuras.
La muchacha, por su parte, se moría de envidia cada vez que eso sucedía porque mientras ella estaba sentada en algún aburrido salón de clases, su amigo estaba en el ancho mundo haciendo... no sabía exactamente qué hacía pero tenía que ser divertido.
La manera en que ambos se habían conocido fue sumamente peculiar. Yadín tenía un recuerdo vago al respecto, ya que solamente recordaba que había estado en una fiesta con amigos suyos. En algún punto de la noche, mientras manejaba su automóvil de regreso a su casa, luchando para mantenerse despierta, vio a un chico delgado y alto a un lado de la calle.
Traía el cabello corto y vestía un pantalón de mezclilla, unos tenis y una playera negra.
Era verano y la noche estaba completamente iluminada por la luna llena, pero la figura del chico era perfectamente identificable.
No supo realmente qué fue lo que la llevó a orillarse, tal vez pudo haber sido su intención de ayudar a las personas, tal vez fue por el sentimiento de lástima por ver al chico caminando en la noche o sencillamente pudo haber sido por el leve grado de embriaguez en el que se encontraba.
Detuvo el auto, bajó la ventanilla y se ofreció a llevar al misterioso joven a su casa, o adonde se dirigiera.
Ya en el automóvil, el muchacho daba la apariencia de ser educado. Yadín se sintió aliviada de que no aparentara ser una mala persona.
En el trayecto no intentó hacerle daño y, al contrario, se mostró sumamente agradecido con ella. Se comportó con una cortesía que – pensó – ya no se ve muy seguido.
―Me llamo Nash – dijo el misterioso joven con una sonrisa que pareció iluminar todo el automóvil.
Sus ojos demostraban estar llevando una vida maravillosa y estar llenos de energía. Cada vez que los veía se sentía como si estuviera caminando de la mano de su madre en la orilla del mar, como lo hizo cuando era pequeña.
El extraño muchacho tenía una mirada sumamente cautivadora. Lamentablemente no pudo distinguir a plenitud el color de los ojos del chico, pero sabía que eran oscuros, y sin embargo había un brillo en ellos que los hacía verse más intensos. Yadín pensó en un gato, que al momento de girar la cabeza capta un haz de luz y sus ojos brillan.
Así eran los ojos de Nash, con un brillo en su interior que la embrujó totalmente. Como un carbón que arde por dentro.
A partir de ese momento, como por arte de magia, los dos jóvenes comenzaron a convivir con gran regularidad.
Con excepción de las mañanas, cuando Yadín estaba en la escuela, pasaban juntos todo el día. Nash no asistía a alguna escuela y siempre que su amiga le preguntaba al respecto, contestaba que sus padres preferían tenerlo “a la vista”.
Esta circunstancia siempre le pareció extraña pero no hacía comentario al respecto, seguramente tomaba clases en su casa – que era enorme y que muy seguramente, pensaba Yadín, podría parecerse a un museo – o en algún lugar sumamente exclusivo.
El día en que Yadín pareció perderse en un mundo ajeno al propio, fue cuando conoció al hermano gemelo de Nash, Aliste. En esa ocasión, fue ella quien llegó a casa de Nash ya que tenían planeado ir a un día de campo con algunos compañeros de la escuela de la chica y mientras esperaba en la cocina, con su vaso con refresco y hielo, una sombra pasó frente a la puerta.
Yadín apenas pudo visualizarla. Fue como si el aire de pronto se materializara, pero todavía le resultaba difícil ubicarlo. Un borrón llamó su atención por el rabillo del ojo.
La chica volteó y su ondulado cabello rojizo le cubrió su hombro. Nash preguntó si le sucedía algo y antes de que pudiera responder el doble de Nash apareció a su lado.
―Mucho gusto – dijo él.
―I-Igualmente – contestó ella viendo fijamente al chico que tenía frente a ella. Pudo jurar que estaba hablando con el reflejo de su amigo.
Era idéntico a él, los mismos ojos del color del carbón, y con esa misma chispa que se podía observar fácilmente, siempre y cuando se mirara con atención.
Entre los dos chicos no había diferencia alguna, dos gotas de agua – pensó Yadín. Sus rostros, sus ojos, su nariz, e incluso el tono de voz, todo era igual. La única diferencia – y bastante notoria – era el cuerpo de los gemelos.
El de su amigo era más fino, con más gracia. Era delgado, con el pecho marcado pero no de una manera obvia y grotesca. Su hermano, por otro lado, era más firme. Debajo de su playera se podía ver un pecho y un abdomen muy trabajados. Sus brazos eran grandes, aunque con las mismas facciones que las de Nash.
Yadín pensó que Nash tenía el cuerpo de algún corredor de pista, o de algún futbolista, mientras que su hermano, Aliste, tenía el cuerpo de algún jugador de americano o de alguien que, seguramente, se mantenía levantando pesas.
Desde entonces, Yadín y Aliste comenzaron a salir. Empezaron con invitaciones a cenar, le llevaba flores a su casa e incluso iba por ella a la escuela.
Para la graduación de preparatoria le regaló una cadena de oro blanco que lució orgullosamente en la noche del baile de graduación.
Sabía que a los hermanos no les faltaba el dinero y, aunque veía muy pocas veces a sus padres, suponía que era por ellos que tenían una vida tan acomodada.
Para los primeros días de la universidad, Yadín se comenzó a sentir incómoda cada vez que Aliste llegaba por ella. Cada vez que salía había un auto deportivo esperándola afuera y sentía todas las miradas sobre ella, atravesándola fríamente, especialmente las de sus amigas. Con esto llegó incluso a pensar si se estaría volviendo loca.
―¿Por qué no te dejas consentir? – le preguntó en una ocasión una amiga suya – tienes todo lo que una mujer desea. Tu novio esta buenísimo, es rico, tiene todo el tiempo del mundo para ti. ¡Por favor! ¿Qué más quieres?
¿Qué más quieres? Se preguntaba una y otra vez.
Al final de cuentas supo qué era lo que quería. Lo que en verdad quería era separarse de esa persona que parecía le estaba robando toda la felicidad del mundo y a cambio la “complacía” con regalos costos. Además había comenzado a pensar que Aliste solamente hacía despertar sus peores sentimientos.
Tal vez fue por eso que, después de año y medio de salir juntos, una parte de ella se sintió aliviada cuando se enteró que entre ella y su “amiga” había otras cosas que compartían, además del gusto por la ropa.
Cuando supo que además compartían tiempo de calidad en la cama con la misma persona, dejó que todo se lo llevara el demonio, pero lo que en realidad le dolió fue que tendría que seguir viendo a Aliste, todos los días.
En Nash veía a Alsite, pero gracias a las acciones del chico, poco a poco fue aprendiendo a olvidarlo. Aunque de pronto mantenía su recuerdo y, junto con la visión de su amigo, no sabía cómo deshacerse de ellos. Era verdaderamente una tortura.
Nash siempre decía que su hermano era un estúpido y que había hecho cosas terribles a las personas.
―Algún día lo va a pagar… te lo aseguro.
Dentro de la mente de Yadín le daba un poco de miedo cuando su amigo guardaba silencio y fijaba sus ojos en algún punto en el espacio, como si estuviera tratando de derretir una pared con la vista y hablaba del futuro y el pasado como si fuera algún tipo de profeta.
―¿Qué te sucede? – preguntó Nash mientras manejaba por la autopista camino a la playa – estás muy seria. Te recuerdo que hicimos este viaje para que pudieras distraerte eh, y no metí a mis padres en todo esto para que nomás estuvieras callada pensando en todas las desgracias y pendejadas que te han pasado.
Nash había tenido que pedirle a su madre que confirmara la historia de los chicos, de pasar un fin de semana en la casa de la supuesta tía, para que pudieran salir.
―Por cierto, tus papás… – pero mejor cambió de idea.
«Diles a tu mamá que gracias por hablar con la mía»
Aunque en silenció realmente quería preguntar otra cosa totalmente distinta.
Por cierto, ¿dónde están tus papas? Pero supo que sería inútil y que Nash no le contestaría así que mejor se abstuvo de preguntar y supuso que estaban de viaje, como siempre.
[...]
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