Has pensado....

: : : ―Deberías ver los ojos de Axel ―contesté dándole la espalda mientras caminaba hacia la ventana que (no fue ninguna sorpresa) estaba cubierta por tablas.
«Incluso tú llorarías al ver esos ojos.» : : :

viernes, 23 de octubre de 2015

Calma y nostalgia.

No lo podía localizar en ningún lado. Dijo que iría primero a la biblioteca, luego a las mesas de trabajo, pero hacia cualquier lado que volteara, no percibía rastro alguno de él.
A pesar de que gustaba de buscarlo como si se tratara de algún sueño imposible, ese día debía encontrarlo cuanto antes, si es que pretendía llegar a tiempo, su vuelo salía dentro de tres horas y faltaba que fuera por sus maletas. Ese no era el momento para jugar a las escondidas.
En su mente repitió su nombre una y otra vez, hasta que se convirtió en un reclamo.
¿Dónde estaba? ¿Por qué no lo había esperado? De todas formas no iba a tardar mucho, un par de firmas en los formatos y listo... Estaba libre. Y ese día salían de vacaciones, regresaría a casa de sus padres por dos semanas y no podrían verae todos los días.
Llamarle a du teléfono celular no serviría de nada, no era una persona que gustara de estar conectado y localizable a cada momento, aunque --en vano-- lo intentó de nuevo.
De hecho era una característica que le gustaba de él, era libre, sin ataduras ni la fastidiosa manía de tener un aparatejo electrónico en su mano y revisarlo inconscientemente cada diez --o menos-- minutos; era un hombre que gustaba de percibir los detalles que lo rodeaban, cuando unos buscaban en Wikipedia las fotos de algún alcón, él prefería observarlos volar al atardecer. Era encantador --aunque en ese momento estaba perdiendo la cordura tratando de localizarlo--.
Maldita sea- repetía y repetía.
Entonces le llegó a la mente el recuerdo de aquel lugar y aquella primera cita. Se encaminó hacia la parte más espesa del campus, donde había montones de árboles y arbustos, mientras recordaba el soleado día, hacía unos seis o siete meses, en que acudió a ese claro flanqueado por una espesa vegetación.
En aquel entonces, su compañero traía una playera de tirantes negra y un pantalón de mezclilla; las botas y una cadena alrededor de su cuello. Aparentaba más edad que la que tenía, y su porte --recargado en un enorme pino, con lentes oscuros y un cigarrillo entre los dedos-- acentuaba la ruda imagen que todos afirmaban que poseía.
Atravesó un pequeño camino y llegó hasta aquel claro.
Ahí, justo a la mitad, estaba él recostado, con la cabeza reposada sobre sus brazos cruzados, un cigarrillo en sus labios y los mismos lentes oscuros. Entonces usaba un ligero suéter de color naranja y traía la pequeña piedra negra en su lóbulo derecho.
Detuvo su andar para poder observarlo. Traía los audífonos puestos y permanecía en paz, inmóvil, en espera de cualquier cuestión que pudiera pasar, de cualquier acontecimiento inesperado.
Entonces lo observó con calma, recorrió su figura, revivió su voz, reanimó sus caricias, recordó sus juegos.
Entonces lo contempló, con calma y nostalgia.





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