Y pensar que antes tenía el tiempo, la paciencia o los deseos de
escribir; antes, cuando podía desvelarme con la lámpara de mi escritorio
encendida y la pluma en mi mano, o cuando solía sentarme en el patio de mi
casa, cerca de la media noche, con una cobija y la computadora en mi regazo.
Y pensar que antes no me importaba ni la
forma, ni la estructura, ni la cacofonía o la redundancia en las líneas; antes
no me preocupaba por reglas ortográficas o el uso del punto y coma... antes,
cuando solía sonreír mientras escribía algunos párrafos (que llenaban
cuartillas enteras).
Y pensar que solía imaginar
constantemente, para luego vaciarlo todo sobre las cuartillas en blanco; eso
aún lo hago, imaginar... imaginar en todo momento, a través de la ventana del
carro o de mi habitación, cuando camino por las calles o cuando sostengo una
taza de café y me deleito con su aroma. Y pensar que llenaba diarios con
cualquier sentimiento, ira, emoción, alegría, tristeza, lujuria. Y pensar que
las plumas terminaban vacías, como remembranza fálica, con su semen negro
derramado sobre los cuerpos vírgenes.
Y ahora...
Las hojas del diario permanecen vacías y
las plumas llenas, las imágenes continúan aglutinándose dentro de la mente que
amenaza con derrumbarse a los pies de la fantasía y de ese imaginable que jamás
llegará a tomar forma.
Capítulo I, II, XKFAJSDFOJ; hijos no
nacidos, apenas imaginados. Todos ellos, ideas, personajes, emociones,
rencores, venganzas... sueños que inspiran a mitad de la noche, pero que
desaparecen con los primeros rayos del sol y la inagotable presencia de
realidad, obligaciones; trajes y corbatas combinan con las máscaras del trabajo
del oficinista, espíritus que roban el tiempo y las ganas para generar arte,
para alimentar la devoción.
Y pensar que mis palabras representaban el
verdadero deseo, el pensamiento más fiel, cuando me era imposible divulgarlo,
dejarlo salir al viento, frente al rostro incrédulo de los santurrones que
traen colgada la cruz más pesada.
Y pensar que antes era todo más
sencillo...