Ni la más bella poesía, ni la más apasionante de las novelas; ni siquiera la más fiel representación del amor prometido entre Eros y Psiqué, nada que nos pueda presentar el romanticismo describirá de forma tan precisa las sensaciones de bienestar, tranquilidad, confianza y felicidad que se apoderan de mi cuerpo, cada vez que sus manos recorren mi piel, cuando sus labios marcan con fuego besos eternos y sinceros. Nada podrá igualar la pasión que se enciende cuando nuestros deseos despiertan y se erigen en representaciones de amor y lujuria.
Que todos los dioses, falsos y verdaderos, me disculpen; me limpien de toda ofensa realizada en su contra, que me permitan serenidad y tranquilidad, pues en sus brazos encuentro una verdadera paz divina. Una paz que ni siquiera en un santuario, monasterio o templo encontraré, pues su cuerpo es mi templo, sus labios mi religión y sus embestidas los actos de sanación y penitencia.
Todo es una puesta en escena, lo que encuentro fuera de las sábanas; nada es real, mas todo recobra su lucidez en el momento en que, con poca luz, desnudo mi alma y mi cuerpo para entregarme completamente, cuando me recibe con una sonrisa expectante y con su cuerpo, ardiente de emoción y amor; todo es etéreo de nuevo y al mismo tiempo todo pierde su contorno; el fondo se pierde con el primer plano, los colores se mezclan y nuevos aromas surgen, sabores exóticos inventados por nuestra danza.
A los ángeles me encomiendo al momento de cerrar mis ojos y derretirme bajo sus firmes abrazos. Su calor me invade, o tal vez sea el mío que nace desde el interior, para embriagarme dulcemente, de cabeza a pies. Rasgo su piel, muerdo su boca; mis gemidos se elevan hasta sus oídos y entonces sonríe. Se complace en verme sumergido en un océano de éxtasis, se congratula por la labor bien hecha. Y yo permanezco inmóvil, con mis pensamientos álgidos y el cuerpo lánguido, con lelite is miel reposando sobre mi cuerpo.
Entonces todo es tranquilidad. La vertiginosa marea desaparece y solo queda una deliciosa sensación, y sus manos acariciando mi espalda, contando lunares que solo él puede ver, desplegados solo para sus ojos. Juega con mi cabello, besa mis oídos, imagina mis sueños.
Ambos nos perdemos en el sueño, a disposición de nuestras mentes y nuestras propias turbaciones; nos perdemos en el sueño para despertar juntos, desnudos, en la cama que ha sido testigo de nuestro amor por tantos años; despertamos, no con el canto de pajaritos matutinos, despertamos envueltos en sombras, con la luz de la luna penetrando por la ventana. Despertamos juntos, nuestras miradas de nuevo se enlazan, nuestros labios se encuentran y las manos se coordinan.
Que me perdonen los dioses, falsos o verdaderos, pues de nuevo honraremos la única religión que ambos conocemos, la cercanía y presencia del uno con el otro.
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