[...]
Mientras,
hablamos de tantas cosas, como siempre lo hacíamos. Fumamos y reímos juntos,
era delicioso, sentir el ligero efecto del tabaco en nuestros organismos, como
para cerrar los ojos al mundo y desaparecer inevitablemente de esta existencia;
convertirnos en algo más, en seres iluminados, en budas, en luces infinitas…
—Tienes
un gran talento para decir estupideces, Daniel —me decía Jaim, siempre que
hablaba del brillo y la luz de las personas—, por eso eres único.
—¿Soy
único porque digo estupideces?
—Eres
único, porque nadie dice estupideces como tú.
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