Regreso a casa después de una larga, muy larga, jornada de trabajo. Estoy en el tribunal justamente desde hace doce horas exactas.
Estoy molido, cansado, fastidiado, con hambre y frío... y la verdad es que también desilucionado y decepcionado de los que se suponen deben ser los líderes de nuestro equipo de trabajo.
Baste decir que me encuentro rodeado de personas (salvo sus muy decorosas excepciones) que se dedican a pasarse la responsabilidad unos a otros y que cuando algo no sale bien, o al menos como debería, simplemente se lavan las manos con decir "los demás... yo, no".
¿Alguna vez se han sentido con ganas de gritarle a esa persona que por una vez en su vida abra sus ojos y vea lo que sucede a su alrededor?
¿Por qué nos empeñamos en ver a las personas con las que trabajamos como simples objetos de los que se tiene completo control y disposición?
¿Alguna vez han terminado tan desepcionados de lo que hacen que simplemente no quieren llegar ahí al día siguiente?
Amo la abogacía, amo la impartición de justicia y sí creo en una justicia que se acerque a las personas... trabajo en ello todos los días y veo las problemáticas que nuestra propia sociedad genera... creo en dar a cada quien su derecho porque lo veo día a día. Sin embargo, existen cuestiones que se escapan de mi entendimiento y que simplemente llegan a golpearme como olas que se empeñan en ahogarte en un oceano incontrolable.
Influencias... llamadas que vienen "de más arriba" como si fuera el mismo Dios el que se empeña en controlar cada acción de nuestros funcionarios públicos.
No comprendo su actuar... por más que me empeño en hacerlo. Y lo que para muchos resulta obvio para ellos parece escapárseles de la vista, o simplemente deciden ver hacia otro lado. Lo que para muchos resulta la respuesta más sensata a una problematica en particular, para quien debe tomar la desición simplemente no es una opción digna de tomar en consideración; al igual que la opinión y el sentir de quienes nos encontramos a las órdenes de ciertos dirigentes.
No resulta sorprendente que en México todavía la imposición de directrices de conducta, de patrones que deben cumplirse, esté a la orden del día. No nos sorprenda entonces que la gente reaccione en muchos casos de manera violenta... si no basta con que hagamos sonar nuestra voz... sino que al fin de cuentas no es escuchada.
¿Y qué es lo que esperan? ¿Un aplauso estruendoso? ¿Una condecoración? Cuando, sencillamente, lo que nosostros queremos, "los de abajo" -porque soy realista y es donde me encuentro, al menos hablando jerárquicamente-, es un "gracias", "bien hecho", "felicidades", "sigue así".
Pero tal parece ser que son frases tan complicadas de aplicar, que simplemente evitamos decirlas...