Sus caricias fueron sinceras, modestas y potentes. En cada
una de ellas, me extraviaba en la inmensidad, en lo profundo de la eternidad de aquella mezcla de sensaciones, pensamientos y abstracciones.
Mi cuerpo olvidaba su esencia, dejaba de lado el recuerdo de
la locura y la opresión; perdía su consistencia; mis pensamientos se fundían en un vertiginoso ataque de sonidos, aromas y calor de manos; luchaba por mantener la cordura.
Sus caricias me
obligan a cerrar los ojos, agudizar mi oído y humedecer mis labios.